Kandy la saga -Episodio XI-
abril 18, 2024
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El valor de una vida y la eterna melancolía de la señora McFlair.

¡Hola que tal queridos amigos lectores! Han pasado algunos días desde que no publicaba nada y no crean que es por que me he olvidado de ustedes, si no que he estado trabajando en un nuevo proyecto que seguro les va a encantar y me ha absorbido casi por completo, espero muy pronto poderles darles noticias y que me compartan que les parece.

Hoy les traigo una historia que hace algunos días se me ocurrió mientras divagaba en mis pensamientos y es que quería tocar un tema que a menudo a todos nos ha cruzado y es ¿Cómo hubiera sido nuestra vida si hubiéramos tomado una decisión diferente? y fue así que se me ocurrió esta curiosa historia que espero les llene de sentimientos, cuando terminen de leerla me encantaría leer sus comentarios en mis redes sociales. ¿Alguna vez han sentido algo similar? ¿Que hubiesen hecho ustedes si hubieran estado en los zapatos de la protagonista?

Sin más por el momento, les dejo esta emocionante y emotiva historia que espero disfruten tanto como yo disfrute escribiéndola.

Disfruten el viaje 😉

El valor de una vida y la eterna melancolía de la señora McFlair.

Sinceramente, creo que soy una mujer afortunada. A mis 89 años, gocé de una buena vida. Me casé a los treinta, tuve un marido que se preocupó por mí y, aunque le gustaba beber, jamás descuidó su responsabilidad. Juntos tuvimos tres hijos, los tres lograron graduarse de la universidad, se casaron y nos dieron nietos que ahora disfrutan de la flor de la juventud. Así que escuchar al doctor decir que tengo cáncer en los huesos no suena tan mal; sinceramente, no me aterra pensar que pronto llegará mi hora.

Es una pena que aún en el año 2093 no haya una cura para el cáncer, pero creo que es más una cuestión del destino de la humanidad; todos un día tenemos que partir. Mi hija mayor está llorando desconsolada cuando su hermano le da la mala noticia.

—Tranquila, hija —le dije mientras la abrazaba.

Me siento un poco renuente a tomar un tratamiento. Mi esposo Ángelo murió hace siete años y, desde entonces, mis únicos acompañantes en casa son mis dos gatos y la mucama. Mi hija Laura insiste en que me vaya a vivir con ellos para que estén pendientes de mis necesidades y puedan compartir tiempo conmigo. Es un gesto lleno de amor al que simplemente no puedo decir que no, a pesar de que sé que las cosas pueden ser muy difíciles. Ángelo murió de cáncer en el hígado y sé lo duro que puede ser cuidar a alguien en su fase final. Pero me alegra que mi hija aún quiera pasar tiempo conmigo y acompañarme hasta mi final.

Después de un gran esfuerzo, Laura me hizo espacio en una pequeña habitación que antes funcionaba como estudio para mi nieto Teo, un jovial muchacho de 16 años. Afortunadamente, la vida que me quedaba no parecía ser tan pesada y las dos quimioterapias que llevaba hasta ahora no habían sido tan malas.

Teo solía venir a mi habitación por las tardes. Me agradaba su compañía. Debido a lo lejos que vivíamos, casi no había tenido tiempo de conocerlo. Era un gran lector, amante de las historias de caballeros y aventuras medievales; me decía que le encantaría ser escritor cuando creciera.

Una tarde, mientras Teo estaba en su habitación y yo dormitaba, alcancé a escuchar una publicidad que me dejó asombrada. Hablaban de algo llamado “Dream On”, una especie de programa avanzado de inteligencia artificial que podía sumirte en un sueño profundo y llevarte a recordar cualquier momento de tu vida. No sé por qué, pero al escuchar eso me llené de emoción como hacía décadas no sentía.

Me pregunté:

“Si pudiera volver a recordar cualquier momento de mi vida, ¿a dónde volvería?”

Mientras cavilaba la idea, un sentimiento revivió en mí: mis épocas de bachillerato. Una de las épocas más difíciles de mi vida.

Yo no había sido una chica bonita. Tenía un cuerpo delgaducho y sin forma, no sabía maquillarme y no tenía amigas. Los compañeros del grupo siempre me hacían burla por mis gustos musicales y porque en aquel entonces me gustaba mucho leer libros de autosuperación y escuchar música clásica.

Recuerdo que en aquellos ayeres tuve mi primer amor, fue mucho antes de que siquiera conociera a Ángelo. Había un chico que solía sentarse frente a mí en las clases, Ferdinand. Él era el tipo de chico que pasaría desapercibido; cabello negro como la noche, unos ojos pequeños color verde con las pestañas más rizadas que hubiera visto en un chico, blanco como una hoja de papel y delgado como un espagueti.

Comenzamos una linda amistad cuando entre las clases de geografía y física intercambiábamos pequeños trozos de papel con recados hablando de lo aburrida que estaba la clase y nos reíamos de las tonterías que hacían los demás. Quizá mi vida hubiera sido tan distinta si, tras un semestre de amistad, Ferdinand y yo hubiéramos iniciado nuestra relación aquella tarde cuando planeaba declararle mi amor en la puerta de la entrada. Pero en ese entonces, una de las cosas de las que más me arrepiento fue haberme avergonzado cuando mis amigas me encontraron la carta que le había escrito a Ferdinand y la leyeron en voz alta, burlándose de mí y diciendo que él nunca me haría caso.

Esa situación me avergonzó tanto que al siguiente día rompí mi amistad con él. Pero mi amor por él siguió todo el bachillerato y sentía un gran vacío cuando ya no podía intercambiar esos pequeños recados de papel que guardé celosamente entre mis libretas todo el tiempo.

“¿Qué hubiera sido de mí si las cosas hubieran sido diferentes?”

Me dormí y desperté con esa misma melancolía y esa pregunta dando vueltas en mi cabeza. Ya no estaba para perder el tiempo. Mi enfermedad iba a avanzar rápido y, tras el desayuno, mientras me levantaba, le dije a Teo que me acompañara a mi habitación.

Lleno de curiosidad, Teo se sentó junto a mí a los pies de mi cama y me dijo: —¿Qué pasa, abuela? ¿Te sientes mal? ¿Necesitas algo?—

Suspiré y mientras presionaba un poco mis manos, conteniendo mi temor y que la emoción no me delatara por el temblor de mi cuerpo, le dije: —Teo… Hijo. ¿Podrías investigarme qué se necesita para usar esa cosa llamada Dream On?

La quijada de Teo se fue al piso de inmediato y su cara de sorpresa no dejó duda de la impresión que le causé. —¿En serio, abuela? Wow… bueno, pues… eh… déjame decirle a mamá y—

Al escucharle decir esto, le dije: —No. No le digas nada a tu mamá, por favor. Quiero que hagamos esto entre tú y yo, ¿sí?

Teo me miró con duda y, mientras cruzaba sus piernas, sacó su smartphone y, tras escribir varias cosas en la pantalla, su expresión cambió a una ligeramente decepcionada. —Vaya… no pensé que fuese tan caro…— murmuró Teo. —¿Cuánto cuesta?— —La sesión más básica de una hora está en $50,000 dólares— respondió.

Ángelo y yo habíamos hecho un fondo de retiro secreto en nuestra juventud y hasta el día de hoy no había tocado ni un solo centavo de esa inversión. Sin embargo, ahora con el tratamiento para el cáncer, el médico había comentado un nuevo tratamiento de medicina genómica al que me podía someter, pero era extremadamente costoso. Si tomaba el dinero de la inversión, mis hijos no podrían costear el tratamiento.

—¿Podrías mostrarme la información un momento, por favor?—

Existían tres planes, siendo el más básico el poder rememorar unos cuantos segundos, hasta el paquete premium, el cual te aseguraba poder mantenerte en un recuerdo durante todo el tiempo que el usuario deseara, siempre y cuando la conexión no excediera el mes y se accediera a un soporte vital que pudiera fungir como un respaldo para el cuerpo.

Dream On era un avance tecnológico de última generación. Utilizaba una combinación de inteligencia artificial y neurociencia para recrear recuerdos de manera tan realista que era indistinguible de la realidad. Sin embargo, tenía estrictas limitaciones médicas y legales debido a su potencial impacto en la salud mental y física del usuario.

Había un gran problema. Cualquiera de los programas exigía que la persona no tuviera ningún padecimiento ni estuviera en algún tratamiento. Le devolví a Teo su dispositivo y mirándolo decidida, le dije: —Teo. Tienes una misión…—

Sus ojos curiosos se abrieron mientras se acercaba un poco más a mí. —¿En serio lo vas a hacer, abuela? Pero… ¿y el dinero? ¿y tu tratamiento?

Reí un poco al ver sus dudas. —Tú solo ocúpate de falsificar lo suficientemente bien los documentos para que parezca sana como una veinteañera—

Teo se veía conflictuado. Era normal, sabía que era un muchacho recto y que no solía desobedecer en lo absoluto. —Pero, abuela… Yo… Me puedo meter en grandes problemas.

Pasé mi brazo por su espalda y, abrazándolo, le di un beso en la frente. —Hijo. Haz lo que te digo. Yo me ocupo de todo lo demás.—

Él solo asintió y, levantándose, se dirigió a la puerta y tras voltear a verme con una determinación que no había visto nunca en sus ojos, me dijo: —No te voy a fallar, abuela. Si quieres ir a ver de nuevo a mi abuelo Ángelo, cuenta conmigo.

Tan solo me quedé en silencio. No quería que Teo se decepcionara de mí. ¿Qué pensaría de que su abuela quiere revivir su amor adolescente? No podía confesarle lo que tenía pensado hacer.

Los días pasaron como una eternidad, hacía décadas que no me sentía así de ansiosa. Tan solo cada noche antes de dormir, Teo se despedía de mí y me decía: —Tranquila, abuela. Ya casi está listo—

Mientras tanto, traté de afinar mi plan lo mejor posible. Compré unos boletos de avión para Hawái, reservé un hotel por un mes y, en secreto, fui escribiendo una carta para cada uno de mis hijos para que no se preocuparan por mí. Temía que durante mi uso de la experiencia de Dream On pasara algo con mi salud. Había elegido pagar el plan más costoso para poder estar el mayor tiempo posible en mis recuerdos.

Finalmente, Teo me dio la señal de que todo estaba listo. Yo misma agendé la cita en Dream On. La cita quedó para el día en que había comprado los boletos de avión.

Teo y yo nos fugamos un lunes 27 de julio después de que sus papás se fueran a trabajar. Por fortuna, Teo estaba de vacaciones.

Las oficinas de Dream On eran como sacadas de una película de ciencia ficción, llenas de hologramas y pantallas. La recepción era lujosa y sencilla. Tras pedirme que esperara en una cómoda habitación, saqué los boletos de avión y le dije a Teo: —Teo. Aquí hay dos boletos para Hawái. Piensa en la persona que más quieras y vete con ella. Diviértete, pasa el mejor tiempo de tu vida. El hotel está totalmente pagado y pueden consumir lo que deseen. Ayer transferí dinero a tu cuenta electrónica, lo suficiente para cualquier emergencia. Solo prométeme que volverás antes del mes para que volvamos juntos. Despreocúpate por tus padres. Ellos lo entenderán.

La expresión de Teo era indescriptible, entre miedo, emoción, intriga y un sinfín de emociones que seguro sentía en su joven corazón. —Pero, abuela… Yo… No puedo hacer esto. Tomé su mano con calma y le dije: —Por supuesto que puedes y lo harás… Hijo, imagina que esto es mi última voluntad. Usé los ahorros de toda mi vida y los de tu abuelo para esto. Sé generoso con tu abuela y dame un último capricho, ¿quieres?—

Teo tomó los boletos y, mirándome sonriendo, dijo: —Seguro que mi mamá se va enojar un montón.

Y yo le devolví la sonrisa más sincera que pude, respondiendo: —Y todos merecemos hacer una locura en esta vida. Así que alócate, hijo. Vive… No te quedes con ganas de nada.

Teo y yo nos abrazamos mientras las lágrimas corrían por nuestras mejillas.

Una señorita por parte de Dream On nos interrumpió un instante después. —¿Está lista, Sra. McFlair?—

Tan solo asentí. Teo me dio un beso en la mejilla y sonriendo me dijo que no me preocupara. La señorita se acercó a mí y me explicó el procedimiento de manera sencilla. Me inducirían en un sueño profundo; mi único deber era recordar el momento al que deseaba volver y la inteligencia artificial conectada a mí recopilaría los datos para trabajar la información y hacerme tener voluntad dentro de mi recuerdo.

Me colocaron una especie de corona llena de cables y sensores que destellaban de diferentes colores y me dieron una pequeña pastilla. Mi corazón latía tan fuerte que apenas podía creer que aún pudiera emocionarme así.

Por un instante no vi nada y fue hasta que cuando abrí los ojos no lo podía creer. Estaba en esa aula, el calor de la primavera, los ruidos de las voces de todos mis compañeros de aquel entonces, era increíble cómo todo era tan real como si hubiese viajado en el tiempo.

—¿Te encuentras bien?—

La voz de Ferdinand. Esa voz medianamente grave me recibía en este nuevo lugar. Miré mis manos, mis brazos, mis piernas. Todo era idéntico: esa falda gris, las calcetas blancas, incluso mis típicas trenzas que solía hacerme caían sobre mis hombros.

—Eh… Sí. Sí, descuida. Es que me quedé dormida un momento— le dije a Ferdinand.

Sus bellos ojos verdes, sus dedos delgados y largos, tan varoniles, el olor de la colonia que utilizaba y que ya había olvidado su fragancia cítrica. Moría de ganas de abrazarlo, pero me contuve.

Tomé las clases como un día lo hice, o al menos eso fingí. Encontré la carta que le iba a dar a Ferdinand. Había vuelto precisamente a ese día, el día del que tanto me arrepentí y perdí a mi amigo y a mi amor de juventud.

Dejé que todo fluyera igual. Esperaba ansiosa a que la campana de salida repicara avisando que terminan las clases para esta vez hacer algo que tanto había deseado.

Tomé mis cosas a toda velocidad y le pedí a Ferdinand que me esperara frente a la puerta. De nuevo me detuvieron mis amigas. De nuevo tiré la carta por mi nerviosismo, pero contrario a la realidad, esta vez las desafié y, arrebatándole la carta a mi mejor amiga Alejandra, corrí tan rápido como pude para encontrar a Ferdinand.

Temblaba como nunca. Se veía tan guapo esperándome, tan despreocupado mientras jugaba con un cubo Rubik. “Ánimo, que no tienes todo el tiempo del mundo. Sé valiente”

—¡Ferdinand!— grité mientras le agitaba la mano y él alzaba la mirada y me saludaba. —¿Qué pasa, Valerie? ¿Quieres que vayamos a algún lado? Hoy no traigo mucho dinero— dijo mientras echaba en su mochila el cubo Rubik. —No. No es eso… Es… Es que yo… Yo… ¡Mejor léelo!— y con torpeza le entregué la carta medio doblada. Su mirada tan dulce y gentil asintió y tomó la carta. La desdobló y atentamente la leyó. Miraba sus ojos yendo de un lado al otro. Esta vez pude decirle lo que sentía por él, lo mucho que adoraba mirarlo esperándome por la mañana con un café de la cafetería. Terminó de leer y, sin decir nada, me envolvió en sus brazos.

Una fuerte ráfaga de viento nos meció y, apoyando su cabeza sobre su hombro, me dijo al oído: —No sabes lo mucho que había esperado esto, Valerie… ¿Quieres ser mi novia?— —¡Sí! ¡Por supuesto que sí!—

Sin importarnos nada, nos dimos un pequeño y tierno beso. Sentía cómo cada parte de mi cuerpo se sentía viva, alegre, plena.

Los días que siguieron fueron los más felices que nunca imaginé hubiera podido tener. Ferdinand era el hombre más atento y gentil del mundo.

Por las noches, escribía un diario comparando los recuerdos de esta vida con los de la vida real. La vida con Ferdinand era mil veces mejor a la que había vivido con Ángelo.

Siempre al dormir y cambiar de día, una voz por parte de Dream On me preguntaba si deseaba seguir en el mismo recuerdo o avanzar más en el tiempo. Sabía que el tiempo era diferente; pasar un día aquí podía ser una fracción de minutos en la vida real.

Decidí avanzar más en el tiempo.

Enfrenté a mis susodichas cuando rompieron mis libretas y las llenaron de insultos. Esta vez no les permití salirse con la suyas. Las reporté ante la dirección y Ferdinand me brindó todo su apoyo.

Avancé más en el tiempo, cuando en la primera fiesta de universidad me embriagué. Esta vez ningún desgraciado iba a abusar de mí. Esta vez, Ferdinand me cuidó y llevó a casa. La vida junto a Ferdinand era tan perfecta como jamás imaginé.

Ambos cursamos en la misma universidad y esta vez logré mi sueño. Me gradué como fotógrafa en la universidad que había querido. Tuve amigos, las vacaciones que siempre soñé, el trabajo que siempre anhelé, fotografiando la naturaleza de mi país.

Ferdinand me pidió matrimonio en el balcón de una playa una tarde soleada. Desde luego, acepté. Nos casamos. Compramos nuestra primera casa juntos. Cada tarde volvíamos a casa del trabajo y Ferdinand cocinaba la cena.

Aprendí a avanzar en el tiempo mejor y elegir recuerdos tranquilos para que mi vida con Ferdinand fluyera lenta y tranquila. Tuvimos nuestro primer hijo. Lo vimos crecer. Vi las primeras canas en el cabello de Ferdinand. Era tan mágico.

Sabía que no podía llevarme nada de esto, pero todas las noches sin excepción, antes de dormir, escribía algunas páginas en mi diario.

Fue hasta la noche del cumpleaños de siete años de nuestro hijo que, mientras me acomodaba para dormir, escuché la voz de Teo. Había pasado tanto tiempo entre estos recuerdos que escucharla me pareció extraño.

—¿Abuela? ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme?— decía Teo preocupado. —¿Qué pasa, Teo? ¿Por qué me estás hablando?— dije asustada. —¡¿Qué estás haciendo?! ¡Me llamaron de Dream On porque has estado sobrescribiendo tus recuerdos con los generados por la inteligencia artificial! ¡Dicen que debemos desconectarte ahora o tu memoria puede tener grandes daños!—

La voz de Teo se escuchaba sumamente alarmada. Sabía que esto podía pasar y me lo advirtieron antes de que sucediera. —Tranquilízate, Teo. Todo está bajo control— le respondí con firmeza. —¿¡Bajo control?! ¡Detén esto, abuela! ¡Son tus recuerdos! ¿¡Acaso no te importa dejar de recordar a mi mamá o a mis tíos cuando eran pequeños o las cosas que viviste con el abuelo Ángelo?!—

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Era cierto. Quizá podía olvidar algo valioso. —Por favor, Teo, pase lo que pase. No me desconecten. Yo decidiré cuando es el momento de volver. —No puedo creer que estés haciendo esto, abuela… Yo confié en ti… Solo te lo advierto, si tu salud comienza a peligrar no voy a dudar en pedir que detengan todo. No entiendo por qué estás haciendo esto, pero… Solo recuerda que aquí te estamos esperando. Aquí el tiempo sigue pasando.—

Teo aún era joven. No entendía lo duro que podía ser vivir con arrepentimientos. Yo ya había vivido una buena vida junto a mis hijos y Ángelo. Aquí aún tenía vida, juventud, salud y el amor de alguien.

Seguí recorriendo el tiempo. Avancé hasta la muerte de mi madre. Esta vez me pude despedir de ella como hubiera querido. La acompañé hasta el final, le di todo el amor que pude y Ferdinand me brindó comprensión y serenidad para soportar aquel momento tan oscuro de mi vida, cuando en la realidad me había deprimido por meses.

Vimos a nuestros hijos crecer. Los vimos partir. Ferdinand y yo nos quedamos en casa, llenos de las fotografías de esa vida que quizá no existía en la realidad pero que aquí eran tan bellas como el paraíso.

Una mañana de abril, tuve un despertar distinto a los tiernos y dulces de Ferdinand besando mis mejillas o mi frente. Ferdinand estaba sentado en la mecedora que teníamos en la habitación. Sus ojos se veían con una tristeza que no había visto nunca. Me tomó un instante comprender lo que pasaba.

Ferdinand estaba leyendo mi diario. Junto a él estaban los montones de diarios que había escrito por muchos años junto a él. Mi cuerpo se paralizó de golpe por el miedo.

—¿Qué es esto, Valerie?— dijo Ferdinand con lágrimas en los ojos. —Eh… Es… Es tan solo… Una novela. ¡Sí! Además, te pedí que nunca leyeras eso. Devuélvemelo, por favor. Ferdinand tan solo cerró el libro y, mientras me levantaba presurosa a tomar el diario, él solo se quedó mirándome con una expresión que estaba llena de tristeza y decepción. —¿Esto es verdad, Valerie?— —Por supuesto que no, mi amor. Es una novela, ya te dije, es… Es algo en lo que llevo muchos años escribiendo y un día quería publicar. Tranquilo, mi amor, vamos a desayunar. ¿Qué preparaste hoy?— dije mientras le quitaba el diario y le tomaba de la mano.

Ferdinand me apartó y, con una postura rígida, me sujetó por los hombros. —Responde, Valerie. ¿Esto es verdad? ¡Habla!— dijo con una furia que jamás había visto.

No sabía qué hacer. Si le decía la verdad, ¿qué pasaría? ¿Qué pasaría con mis recuerdos felices? No quería que esto terminara. —¿Y qué más da? Aquí estoy contigo, eso es lo único que importa, Ferdi. Ven, ya vamos a desayunar. Deja ya eso, por favor.

Ferdinand se tiró sobre la mecedora mientras veía cómo sus lágrimas caían sobre la alfombra roja que habíamos elegido con tanta paciencia una tarde. —¡¿Qué más da?! ¡Esto no es justo, Valerie! ¡¿Por qué hiciste esto, Valerie?!—

La actitud de Ferdinand comenzaba a molestarme. ¿Cómo podía reprocharme cuando él era la única razón de haber hecho esto? —¡Basta, Ferdinand! ¡No quiero seguir con esto! ¡¿Qué importa si eso es real o no?! ¿¡Que no te das cuenta?! ¡Yo preferí una vida junto a ti! ¿Acaso no eres feliz a mi lado?

Ferdinand se levantó de golpe y, apretando los puños, me gritó. —¡Pero yo no te elegí a ti! ¡Yo no quise pasar una vida junto a ti! ¡Me forzaste a amarte! ¡Si yo no te había elegido en el bachillerato, era porque seguramente no estaba seguro de lo que sentía por ti! Encima de todo… ¡¿Cómo puedes ser tan egoísta?! ¡Tuviste un marido, hijos, nietos! Lo único que leo es cómo comparas esta vida irreal con la buena vida que un día tuviste y que ni siquiera puedes reconocer!—

Las palabras de Ferdinand me cayeron como un balde de agua helada. Era cierto. Por mucho que me doliera, él no me había elegido a mí. —No sé… No sé si sirva de algo, ¡pero me voy! ¡Y no te atrevas a buscarme! ¡Sal de esta absurda ficción y regresa a tu vida! ¡Por Dios, Valerie, tienes cáncer! ¡Vive tus últimos días en paz, no en este absurdo sueño!

Mi cuerpo actuó por sí solo. Una cachetada azotó sobre la mejilla del que creí era el hombre de mis sueños. —Ya… Cállate…—

Ferdinand tan solo negó con su cabeza y frenético caminó hacia afuera. Instantes después, lo escuché tomar sus llaves y azotar la puerta. Ese día me quedé a solas llorando en esa habitación donde había dormido por años junto al hombre por el que había dejado todo. “¿Por qué no puedo ser feliz junto a ti tampoco aquí?”

Lloré tanto como pude, grité desconsolada. ¿Qué había pasado con mi vida perfecta?

Perdí la cuenta de cuántos días pasé llorando. Ya ni siquiera prestaba atención a la voz de Dream On acerca de cambiar de recuerdo.

Una tarde, el timbre sonó y, corriendo, pensando que pudiera ser Ferdinand, abrí la puerta sin preguntar quién llamaba. Me caí por la impresión cuando vi quién estaba frente a mí. —Ángelo…— dije perpleja. —Un extraño hombre me insistió en que viniera a esta dirección desde hace días. ¿Me podría explicar qué está pasando?— dijo Ángelo.

Me levanté de inmediato y me arrojé a sus brazos. Lloré. Lloré más de lo que había llorado por Ferdinand. La emoción que sentía de volver a ver a Ángelo no podía superarse con nada de lo que había experimentado. Esta era la auténtica felicidad. —Perdóname, Ángelo… Perdóname, por favor— le murmuraba una y otra vez.

Él tan solo puso sus manos sobre mi espalda y me abrazó con calma. Todo se tornó blanco por un instante.

Para cuando pude volver a ver, me encontré con la misma señorita de Dream On que había visto antes de iniciar todo y a Teo, quien tenía fuertemente enrojecidos los ojos como si hubiera estado llorando. —¿Qué? ¿Qué pasó?—

Teo se abalanzó sobre mí y, mientras acariciaba mi cabello, me dijo: —¡Justo a tiempo! Por fin volviste, abuela… Te vamos a llevar al hospital—

No entendía nada. Confusa, le pregunté qué sucedía. —El uso de Dream On en tu cuerpo te debilitó muchísimo. Tus órganos estaban comenzando a fallar. Tranquila, abuela… Todo estará bien—

No pude mantener la conciencia. Caí en un sueño profundo de inmediato. Por mi uso desmedido del Dream On había deteriorado mucho mi cuerpo. El cáncer había avanzado agresivamente en días lo que debía avanzar en meses. Mi pronóstico no era nada bueno.

Cuando desperté, las malas noticias no dejaron de caer. Ya no había forma de revertir el cáncer. Estaba tan mal que inevitablemente moriría en cuestión de días. Teo y mis hijos me acompañaron todo el tiempo, y yo, mientras tanto, reflexionaba sobre lo que había hecho. Había buscado una segunda oportunidad en un recuerdo, pero al final, comprendí que mi verdadero legado estaba en los momentos que viví y las personas que amé en mi vida real. La vida con Ferdinand había sido bella, pero mi cuerpo y mi alma siempre pertenecieron aquí, con mi familia, con Teo, con mis hijos.

El último día que tuve conciencia, Teo me abrazó, besó mi frente y, mientras sentía cómo mi cuerpo estaba a punto de ceder, me dijo: —Perdóname, abuela…— —¿Por qué?— pregunté confusa. —Porque yo forcé a Dream On a que detuviera lo que estabas haciendo. Pude ver tus recuerdos y… yo le dije a Ferdinand dónde estaban tus diarios—

Mis ojos se inundaron de inmediato y, acariciando su mano, le respondí: —Gracias, Teo. Pero… ¿cómo lo hiciste?

Teo se sentó junto a mí en la cama, sosteniendo mi mano con fuerza. —Cuando noté que llevabas demasiado tiempo conectada, me preocupé. Contacté a los técnicos de Dream On y les expliqué tu situación. Ellos me advirtieron sobre los riesgos, pero no quería perderte, abuela. Hice todo lo posible para convencerlos de que te desconectaran. Me dieron acceso limitado para monitorear tu progreso y pude ver lo que estabas haciendo, lo que estabas sacrificando. Sabía que no podía dejar que siguieras adelante. —Teo…— dije mientras intentaba evitar que mi voz se quebrara. —Abuela, no podía dejarte perderte en un sueño, aunque fuera hermoso. Tenías que volver con nosotros, con tu familia. Aquí es donde siempre has pertenecido.

No podía creer que, a pesar de su juventud, él había entendido lo que era realmente importante. —Gracias por traerme de vuelta, Teo…— Con lágrimas en los ojos, Teo me abrazó una vez más. —Y yo a ti, abuela. Sabes que nosotros estaremos siempre para ti—

Sentir el abrazo de Teo me hizo entender que, pese a lo bello que pudo haber sido la vida junto a Ferdinand, la decisión correcta siempre había sido haber elegido a Ángelo, gracias a él incluso en estos momentos tenía el amor de una familia.

Cerré los ojos. No importaba cuánto tiempo me quedaba, ahora entendía que todo lo que había hecho había dejado un legado de amor y familia y eso, al final, era lo único que importaba.

Fin.