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marzo 11, 2024
Kandy la saga -Episodio VII-
marzo 11, 2024
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Un tal Simón

Hola que tal a todos mis queridos lectores, antes de la siguiente entrega de Kandy me gustaría compartirles un cuento que fue una idea que me surgió una noche tras ver una película histórica y me dejo meditando en muchas situaciones que pasan en el mundo.

Cabe aclarar que esta historia no pretende hacer una crítica de ningún modo a algún grupo religioso y que se escribe con el mayor respeto posible a todas las religiones y vertientes; para mi esto es una narración del corazón de un hombre y sus deseos más íntimos.

Espero que les guste y que me cuenten que opinan acerca de esta historia y sobre todo, que les parecio el final. Sin más que hablar, les dejo con un cuento más.

Disfruten el viaje


Simón.

Simón a secas.

Simón sin apellidos. Solo Simón. Así me conocen. Pero nunca a nadie le importó por que tampoco conocí a la persona de quien nací ni de quien pudiera haber sido mi padre. Mis primeros recuerdos de la vida tampoco son felices, un abarrotero español me obligaba a cargar pesadas cajas llenas de botellas de un lado a otro a cambio de pedazos de pan duro y tomates casi podridos, yo me acuerdo que las manos me ardían y siempre las tenía llenas de astillas que por las noches me punzaban.

Dicen que los dientes permanentes te salen como a los seis años, pero la verdad es que a mi nunca me salieron completos, y pues cuando se me cayeron los dientes pensé que había sido por una paliza que me había dado el abarrotero por haber tirado unas botellas de aceite.

Tampoco era tan alto como los demás niños, más bien era delgaducho y pequeño. Además, mi cabello siempre fue delgado y sin mucho color. Claro que me hacían burla, pero yo no tenía la fuerza ni el tiempo para defenderme. Lo que quería era no hacer enojar al abarrotero, que entre más pasaba el tiempo, más me exigía.

La verdad detestaba su voz, casi siempre estaba borracho y olía a sudor. Quizá por eso no sentí nada cuando lo hice. La verdad no quería matarlo, fue casualidad que se tropezara y le cayeran varias botellas en la cabeza, pero cuando vi que se le habían salido varias monedas de plata de los bolsillos sentí como si me hubieran gritado que las tomara para irme.

No sé cuántos golpes le di en la cabeza. Solo sé que no paré hasta que había un charco de sangre en el piso. Muy nervioso, agarré las monedas de sus bolsas y corrí a enjuagarme las manos y las monedas. No quería que me atraparan.

Así salí corriendo lo más rápido que pude y me metí entre los basureros del pueblo. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que a menudo pasaba las noches vagando allí, buscando algo que llevarme a la boca, ya que lo que me daba el abarrotero nunca era suficiente para saciar mi hambre. Por suerte, ese día logré escapar sin que nadie me atrapara.

Con las treinta monedas de plata que le robé al abarrotero recuerdo que le pagué a una prostituta para que me dejara vivir en la misma habitación de unos suburbios dónde también atendía a sus clientes. Ella no era tan mala como el abarrotero y de vez en cuando me dejaba dormir en la cama cuando se ponía muy borracha por que le había ido bien.

Si, a ella también, solo que a ella le rompí el cuello. A ella no la quería matar la verdad, pero me descubrió cuando intentaba robar los ahorros que tenía escondidos detrás del buró, porque quería curar una ampolla que tenía en la espalda y me dolía mucho. Empezó a gritar y mi miedo se transformó en ira, no quería que llamara la atención. Sólo quería robarle..

Pero tampoco es que me sienta arrepentido, no era nada mío. Yo le pagaba cada mes dinero que igual le robaba a alguien más y ella lo sabía. Yo no sabía leer ni escribir, con trabajos aprendí a contar. Igual y ella no lo pensó bien ¿no? Quien sabe.

Ya conforme fui creciendo me dediqué a lo mismo: robar. No sabía hacer otra cosa. A veces era comida, otras dinero y una que otra vez ropa o cosas que necesitaba. Siempre vivía con desesperación porque, al verme con mala facha, nadie me quería vender las cosas o me las vendían más caras de lo que podía pagar. Pero te acostumbras. Al final, haces como un caparazón y aunque sientes miedo o impotencia, sabes que así son las cosas. Uno como ratero no es bienvenido en ningún lado.

Podía dormir en cualquier lugar, debajo de los puentes, en los callejones más oscuros, entre los basureros, siempre y cuando no me despertaran. Y si alguien se acercaba y se ponía agresivo, pues ya sabía que hacer. Después de todo, no era la primera vez que tenía que pelear para protegerme a mí mismo. Y si algo salía mal, siempre podía correr. La verdad, nunca me quedaba en un lugar por mucho tiempo. A veces me iba del pueblo y me aventuraba en otros lugares, pero siempre volvía, por que aquí conocía todo, aquí sabía cómo sobrevivir.

Me acuerdo de una noche de Navidad en la que tenía mucho frío. Ya era más grande, y me acerqué a la capilla del pueblo. No era el único; había muchos en la misma situación. Según la iglesia, eran muy buenas personas y encendían hogueras afuera para que no nos muriéramos de frío, pero yo creo que nunca les importábamos. Para mí lo hacían para que al día siguiente no hubiera muertos amontonados, todos congelados y apestando. Así que nos mantenían calientes, y en la mañana nos íbamos a buscar algo para comer.

Pero recuerdo que un día me dio curiosidad ver cómo era por dentro. Estaba muy bonita, había muchos dibujos en las paredes, un montón de cosas doradas, pero lo que más me llamó la atención fue la corona que estaba al fondo. Era de puros diamantes, brillaba un montón y tenía joyas de muchos colores. La tenía puesta un hombre medio encuerado en una cruz al que una mujer le decía “Cristo”. A mí se me hizo medio feo ponerle una corona a un muerto, pero la corona me dejó impactado y fue cuando dije “esta me la tengo que robar”.

A pesar de que pues yo no tenía a nadie y mi vida era totalmente solitaria me imaginaba sentado en una especie como de trono con la corona brillando en mi cabeza. Quería que todos me vieran, yo sabía que estaba feo, que tenía un montón de cicatrices y mis uñas estaban siempre sucias, pues, al final era un ladrón sin casa, pero yo quería que me vieran con esa corona tan hermosa, yo sabía que era una fantasía ridícula pero poco a poco el sueño de la corona se me hizo más fuerte y de vez en cuando pasaba a ver que siguiera por allí y no me la fueran a ganar.

Y entonces un día por fin me atraparon, robándome unas manzanas, fue una estupidez ahora que lo pienso porque, ni si quiera tenía tanta hambre, pero yo también tenía ganas de morder algo limpio y fresco.

Me metieron a la cárcel porque nadie me conocía ni me defendía, así que no hubo oportunidad de escapar de la justicia. Es más, cuando me metieron hasta me dio gusto porque al menos supe lo que era dormir con un techo todas las noches.

Pase diez años allí según lo que me dicen. Para mí, el tiempo no tenía mucho sentido, ya que nunca había aprendido a contar el tiempo. ¿Quién me iba a esperar? Tampoco es que fuera un gran delincuente, porque eso sí, jamás robé para ser rico. Yo robaba para comer nada más, bueno para eso y para darle de comer a los perros que luego andaban en el basurero conmigo y me acompañaban en las noches. Total, que ahí adentro conocí a El Panal un día que me estaban dando una paliza por quitarme la comida y él me defendió, dice que porque le di lástima. Le decían así porque tenía la cara bien fea, como panal de abejas, pero pues ni me importaba, total yo también tenía la cara igual. Él me contó que lo metieron a la cárcel por asaltar con otros bandidos una caravana con mercancía y que sus compañeros lo traicionaron y lo dejaron solo cuando le dieron con una flecha en la pierna derecha.

Cojeaba, pero aún así podía hacer las cosas por su cuenta. Verlo así me daba valor porque pensaba “Si El Panal, que está así de jodido, le echa ganas, yo también puedo hacerlo ¿no?”. De no haber sido por él, creo que me hubiera rendido como muchos que pasaban por la cárcel.

Yo le hablaba constantemente a El Panal de la corona. Quería quedármela y sentarme en un lugar bien alto para que todos me vieran con ella. Él siempre se reía y me decía que estaba loco. Yo le preguntaba qué era lo que él soñaba con robar, pero nunca me contestaba directamente, quizá porque tenía sus propias razones para quedarse con todo el botín.

Cuando salimos de la cárcel, lo primero que le dije fue que nos robáramos la corona. Él me preguntó para qué la quería, que nadie la compraría. Me propuso que mejor nos lleváramos el diezmo. Pero yo seguía obsesionado con la corona. Quizás podríamos venderla en otro pueblo, o esperar a que pasara el tiempo. Solo se lo decía para que me ayudara, pero en realidad quería quedármela para mí solo.

Finalmente, lo convencí con la condición de que también nos lleváramos algo del diezmo, pero no todo. No queríamos hacer ruido con las monedas. Me ponía nervioso robar con alguien más, sobre todo robar la corona, lo que hacía que mis manos temblaran solo de pensar en ella. Incluso tenía sueños por la noche donde huía con la corona en las manos, despertando sudando frío.

Pasamos varios días planeando cómo robarla. Al principio lo hacíamos juntos, pero como apestábamos y llamábamos la atención, la gente nos empezó a ver mal. No queríamos que nos volvieran a atrapar y llevar a la cárcel, así que pasábamos él o yo, viendo a qué hora abrían, a qué hora cerraban y cuándo había menos gente.

Primero se me ocurrió que lo hiciéramos durante el día, pero siempre había un montón de gente en la iglesia. Me parecía raro porque, ¿para qué perdían el tiempo allí? Para mí no tenía sentido. Al final, nos convencimos de que lo haríamos un domingo por la noche, ya que habíamos notado que el sacerdote tenía la costumbre de irse con algunos ricos después de la misa, y además era el día en que había más gente. Si nos metíamos y nos escondíamos bien entre las bancas, nadie se daría cuenta.

Finalmente, después de semanas de planear, El Panal y yo estábamos listos para robar la corona de la iglesia.

Me dio un montón de risa que todavía en la mañana El Panal me dice —Vamos a bañarnos al río ¿no?— Y le dije —¿Pa’ que? ¿Te vas a poner muy elegante para ir a robarle a Dios o qué?— no más me dio un empujón pero pues le seguí la corriente.

Primero anduvimos buscando ropa que no se viera tan fea entre la basura, luego la echamos a remojar al río y agarramos unas tijeras medio oxidadas y nos cortamos el cabello y la barba hasta donde pudimos. Hasta le agradecí al final a El Panal por que pues si ¿no? Si hoy me iba a poner mi corona que fuera como Rey.

Lo bueno de ser ratero y vivir en la calle es que uno pues está bien flaco y te puedes esconder bien fácil así que ni trabajo nos costó. Nada más cuando salió la gente nos paramos primero detrás de unas columnas grandotas y gruesas y luego nos acostamos debajo de las bancas y no hicimos nada de ruido.

Así nos quedamos hasta que se quedó a oscuras. A mi el corazón me latía tan rápido como nunca había sentido. El panal me chifló muy suave y yo le respondí. La iglesia estaba muy oscura y fría, olía como a humedad o a trapo mojado. Con los vidrios tan bonitos que tenía pintados la luz de la luna se reflejaba como si estuviera en uno de mis sueños.

Ya habíamos visto dónde guardaban el diezmo. Siempre lo metían en un cofre de madera que estaba a un lado de la entrada. El panal se lució cuando agarrando un pedestal pesado para velas le dio con todas sus fuerzas rompiendo el candado.

Primero me dio mucho miedo, pensé que alguien iba a salir. Después de escondernos por un rato, volvimos a salir y El Panal me abrazó fuerte mientras decía:

—¡Mira, Simón! ¡Son de oro! ¡Con esto podríamos comprar diez vacas y comérnoslas todas! ¿¡Te imaginas?! ¡Por fin voy a cumplir mi sueño!—

Me dio risa y le dije que nos apuráramos. Habíamos agarrado el modo de calcular el tiempo durante la noche, pero no quería arriesgarnos a que alguien entrara, como el padre o algún otro visitante, y también faltaba escapar.

Lo malo de no saber mucho del mundo es que a veces se hacen las cosas fáciles, porque uno se da cuenta de cómo es la gente, pero también los demás pueden notar cosas. Al caminar cerca de la corona, nos dimos cuenta de un problema.

Había unas rejas grandes y puntiagudas que salían del piso en forma de lanza alrededor del cristo y la corona. El Panal y yo nos volteamos para mirarnos.

Mi cabeza zumbaba como cuando tienes una mosca cerca. Sentía una emoción que nunca había sentido antes. Todavía di varias vueltas alrededor de la corona para ver si había una forma de quitar las rejas.

—Ya ni modo Simón, no se pudo. ¡Vámonos, no nos vayan a cachar!— me dijo El Panal.

—No, ¿cómo crees mi Panal?— le dije —¿Me vas a traicionar ahora? Ya te ayudé. Ambos vamos a salir de aquí con lo que queremos, ¿sí o no?—

El Panal se rascó la cabeza y hizo varios gestos.

—Mira, te ayudo a subir y tú agárrala, Simón. Pero si algo pasa, yo me voy a echar a correr— dijo al final.

Yo le dije que sí para que ya no perdiéramos el tiempo por que a mi ya me urgía tener la corona en las manos, brillaba como nunca, se veía como la cosa más hermosa del mundo y yo ya quería tenerla y ponérmela.

Me trepé bien rápido en las rejas y ya del otro lado me empecé a trepar del cristo. Me sudaban un montón las manos, sentía como que me faltaba el aire, hasta como que ni sentía las piernas. Si estaba alto, pero ya ni modo ya me faltaba bien poquito para por fin lograrlo después de tanto esfuerzo.

Y la agarré. Y no más sentí como cuando arrancas un hilo de la ropa, así como tenso. No le dio tiempo a El Panal de gritar cuando unas pesadas trampas de reja cayeron sobre él y lo atravesaron, al mismo tiempo que las campanas de la iglesia sonaron fuertemente.

Me espanté y pues que me dejo caer de golpe. No más sentí como tronó, así como rama seca mi pierna y se me fue toda la fuerza de golpe, pero lo bueno es que tenía la corona en la mano.

Me estuve intentando parar o si quiera sentarme, pero de plano me dolía muchísimo. Ya cuando vi que se abrió la puerta de la iglesia de golpe y escuché los pasos de la gente que empezó a entrar como loca supe que me iban a agarrar.

Y entonces al mismo tiempo que sentía la alegría de mi vida empezaba a sentir el miedo de no poder escaparme de ahí, me iban a quitar mi corona, me iban a quitar la alegría de mi vida. Una intensa sensación de pánico me invadió.

Me empecé a sacar el dinero de las bolsas para correr más rápido, pero no pude avanzar un solo paso debido al dolor. La gente me gritaba furiosa e insultaba mientras sacudía las rejas. Luego, vi que algunos traían antorchas y pensé que iban a quemarme vivo.

No sé por qué, pero lo único que se me ocurrió fue treparme al cristo de nuevo con la corona. En ese momento pensé: “Si la devuelvo y dejo el dinero, me llevarán a la cárcel otra vez. Es peor que acabe como El Panal”. Pero la gente no era así. Siempre me habían tratado mal y con frialdad, como si no fuera una persona. Me empezaron a aventar piedras, palos, botellas, de todo para que me bajara. Pero no era que no quisiera bajar, era que ya tenía una pierna rota y si me bajaba, me iba a romper la otra o morir.

Les grité que pararan, pero no me escucharon. Solo veía más y más gente, y me aterraba cuando agarraron un trozo del cadáver de El Panal y lo agitaron, gritando “¡Castigo Divino! ¡Castigo divino!”.

Fue entonces cuando miré a toda esa gente y fue como si me hubiera caído una cubeta de agua fría. Pero luego pensé: “Lo logré. Aquí estoy, en lo alto, con mi corona. Por fin me vieron”. Sentí una emoción que nunca había sentido antes, como si después de todos los años de pobreza y miseria, finalmente hubiera desaparecido.

Incluso podría jurar que vi un rayo de luz detrás de mí iluminándome, y empecé a llorar, no sé si de alegría o de algo más. Tenía la corona por fin. Sentí el peso sobre mi cabeza, cerré los ojos y experimenté por primera vez en mi vida el gozo.

¿Qué si me duele? Pues…Es que tampoco es muy diferente a lo que pasé siempre.

¿Qué si me arrepiento? Si, por que…creo que no era como me imaginé que te iba a conocer, no así. Aunque me gustaría preguntarte:

¿Por qué nos abandonaste? Mira a El Panal y a mí. El todo despedazado y yo… Yo atravesado sobre esa reja desangrándome.

¿Por qué, si tus ojos me vieron todo el tiempo, te olvidaste de mí? ¿Por qué no había lugar para mí, para todos nosotros, en tu corazón? Si en tus manos pongo mi alma, ¿a dónde me iré?

No sé por qué me puedo ver desde lo lejos, es muy raro, pero conforme siento como me alejo hacia la puerta, veo mi cuerpo con la corona como la única recompensa que algún día tuvo, un tal Simón.