Para una experiencia más inmersiva les recomiendo leerlo acompañado del siguiente playlist.
Sortilegio 309 -Parte 3 y final-
Cuando desperté de nuevo un increíble y punzante dolor se expandía por mi cabeza como una especie de ola estallando en la orilla del mar. Me sentía mareado y desorientado. Miré a mi alrededor. Una habitación blanca y pulcra; del techo colgaba un pesado frasco con un líquido transparente que se conectaba hasta mi brazo.
Era claro que estaba en un hospital ¿pero quien me había traído? Mi último recuerdo fue el fuertísimo golpe que recibí en la cabeza y la risa tétrica de mi casero, el señor Bravo.
—¡Las pruebas! – Murmuré mientras una punzada en la cabeza me obligaba a mantenerme quieto. Así estaría por al menos unos minutos hasta que el sonido de unos pasos abrió la puerta blanca de la habitación y entró una mujer de unos grandes y preciosos ojos azules como zafiros y un cabello negro con un curioso color azul en las puntas.
—Me alegra ver que despiertas Ezequiel. Tu familia está preocupada por ti. Les diré que has recuperado la conciencia. Tu padre está ansioso de verte.
—¿Vaya entonces mi familia está aquí? ¿Qué me pasó? ¿Qué día es hoy? – Pregunté mientras la enfermera se acercaba a mí y me hacía una especie de chequeo. El olor de su perfume era un poco peculiar, como el de frutos del bosque, el inhalarlo me daba una ligera tranquilidad que no sentía hace mucho.
Al menos estoy seguro aquí. Pensé mientras seguía con la mirada a la enfermera y tras anotar varias cosas en unas hojas que traía en la mano cuando entró salió de la habitación pidiéndome que descansara, que un médico vendría en breve a darme mi diagnóstico y que no me preocupara, que todo estaría bien.
Me recosté un poco aliviado. El agitado montón de pensamientos en mí iba de un lugar al otro. Esperaba poder hablar con mi amigo lo más pronto posible para que me explicara que era lo que había sucedido. Si estaba en peligro por lo menos aún podía comprar un poco más de tiempo estando aquí en el hospital.
El sonido de los pasos de la enfermera se acerca nuevamente y asomando su cabeza por un instante me dice —Ya está aquí tu padre. Solo serán unos minutos, aún debes descansar.
Sonreí aliviado mientras colocaba mis manos sobre mi estómago y miraba a la puerta la cual se abría y me mostraba la ahora terrorífica silueta del señor Bravo.
El hombre me sonríe con malicia y cierra la puerta de inmediato asegurándola.
—¡Enfermera! ¡Enfermera! ¡Este hombre no es mi padre! ¡Auxilio! — Grité mientras que mi cabeza parecía a punto de explotar por el tremendo esfuerzo de elevar la voz.
—Ezequiel…Ezequiel… Cálmate mi querido Ezequiel— Dijo el señor Bravo con un tono tranquilo para después dar una larga risotada. —Me alegro de verte tan recompuesto muchacho. Temíamos lo peor. Pero ahora que todo está bien avisaré para que te den de alta y puedas volver a casa—
—¡Que quiere de mí! ¿¡Como que temíamos?! ¡¿Dónde está mi familia?!- Dije enfadado mientras miraba de un lado al otro para intentar usar algo para defenderme.
—Tranquilo, solo estás un poco agitado. Naturalmente me refiero a tu familia. Tus padres salieron de vacaciones y me pidieron que estuviera a tu cuidado. Cuando llegues a casa podrás hablar con ellos por teléfono, les dije que en cuanto despertaras les dejaría un aviso en el Hotel de playa Malfinio.
No quería armar un alboroto, me sentía ahora con más miedo, por un momento analicé mis posibilidades de huir de este hombre tan sombrío.
—Lo siento señor Bravo es solo que…Todo esto es muy confuso ¿Por qué está usted aquí? ¿Usted me trajo al hospital? ¿Qué pasó?
El señor Bravo me contó que por haber bajado rápidamente no noté a un hombre que subía con unos tablones para reparar el techo del apartamento del último piso y que, tras golpearme con este, caí por las escaleras dándome una fuerte contusión. Que apenas había pasado medio día y que él curiosamente se encontraba en el lobby del edificio conversando con el vigilante pues tenía que encargarle un recibo que estaba próximo a llegar.
Me parecía mucha coincidencia, pero debía tener astucia y sagacidad. Mi amigo no era ningún mentiroso y estoy seguro que había una razón de el por qué me había dicho que escapara del apartamento.
Si todo estaba bien como me había jurado el señor Bravo, de quien de antemano no podía confiar buscaría la forma de ponerme en contacto con pel. Al menos el dictamen medico no mentiría y si me daban de alta aún podría fingir algo en el camino para huir a la estación de policía como me había dicho mi amigo y esperarle allí.
Por la tarde volvería el médico para decirme que solo era un traumatismo severo, pero nada de gravedad, que debía reposar un par de días en casa y estaría bien. Aquella noche sería la primera que dormiría de nuevo tranquilo sin el miedo de ser asaltado por alguna extraña nota o suceso que no me permitiera descansar.
El señor Bravo aparecería la mañana siguiente con un traje negro y una corbata roja. Un atuendo que por alguna razón me resultaba inquietante de mirar. Al darme de alta aún me sentía mareado y un tanto aturdido, pero el médico dijo que era normal.
Me sentía inquieto, pero aún con mi insistencia de llamar a mis padres desde el hospital la enfermera dijo que al haber firmado como responsable el señor Bravo no había necesidad ni había autorización para hacer más llamadas que las indispensablemente necesarias.
El señor Bravo pediría un taxi y le indicaría la dirección del apartamento. Mientras nos dirigíamos de vuelta al apartamento el señor Bravo me extendió una carta que sacó de su saco. Impregnada de aquel aroma a hierbas lo tomé y leí el remitente. El nombre de mi amigo estaba en él
—El día de hoy por la mañana, nuestro vigilante me informó de esta carta. Me pareció adecuado entregártela. Dijo mientras peinaba sus bigotes y me miraba fijamente.
Sin ningún disimulo abrí el sobre para encontrar una hoja en blanco. ¿Qué significaba esto?
Le di la vuelta un par de veces mientras el señor Bravo parecía sumamente entretenido de ver mi confusa reacción. —¿Te hicieron una broma mi estimado amigo? — Dijo para carcajearse.
Miré el sobre de nuevo. Efectivamente era la caligrafía de mi amigo, no había duda, era la única persona que conocía que escribía la letra “A” con una pequeña floritura al final. Suspiré confuso y desanimado. Esta hoja en blanco escondía algo que era claro mi amigo no había querido que supiera nadie más que yo, ahora irónicamente más que nunca quería volver al apartamento para poder descifrar lo que decía.
Entramos al edificio para encontrar al vigilante dormido. El señor bravo me tomaría por el brazo afirmando que era para que avanzara con cuidado. Al entrar al patio central me helé desde los pies hasta la cabeza.
Todos los muros tenían esos extraños glifos pintados en color rojo. Las paredes se veían terroríficas y asustado de golpe me detuve.
—¿Pasa algo muchacho? — Dijo el señor Bravo sonriente.
—Señor Bravo por favor le suplico me diga que está pasando ¿Qué significa esto? — Dije soltando su brazo y el mirándome como si le hubiera hablado en otro idioma me responde —¿De qué hablas muchacho?
Desde lo más alto del lugar podía escuchar un piano tocar tres notas que sonaban muy lentas y nada armónicas entre sí. Esto era como despertar de una pesadilla para volver a soñar una mucho peor.
—¡Basta ya no me diga que no lo ve! ¡Los símbolos en los muros! ¡Ese piano! Al menos díganme en que estoy participando le prometo que no voy a huir solo por favor…Tengo miedo.
El sonido del piano hacía que esto fuera aún más tétrico y difícil de soportar. Quería escapar, les pedía a mis piernas que me obedecieran, pero era como si se hubieran congelado. Simplemente estaba petrificado por el miedo.
—Creo que aún estás muy aturdido por el golpe muchacho, no hay nada de piano ni signos. Anda vamos a tu apartamento.
—¡No! ¡¿Qué me van a hacer?! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —
No obtuve respuesta. Finalmente, mi cuerpo responde y corro hacia la salida del edificio sin embargo apenas doy unos cuantos pasos el piano se deja de escuchar y como un truco de magia de la más sofisticada que pudiera salir de una película todos los símbolos desaparecen frente a mis propios ojos.
¿Qué es esto? Miro en todas direcciones. No hay nada. Solo la mirada de los vecinos extrañados desde las ventanas y el señor Bravo quien pareciera ligeramente asustado se acerca a mi y extendiendo su avejentada mano me dice. —No pasa nada muchacho. Vamos…Estás muy alterado, no asustes a los vecinos.
Suspire varias veces ¿Me estaba volviendo loco?
Me tomaría un par de minutos decidir el dar un paso y mientras las palabras del señor Bravo se volvían más recurrentes intentando calmarme pensé que tal vez si sería un truco de mi perturbada y golpeada cabeza.
Subimos por el elevador y abriendo la puerta el señor Bravo me acompañó hasta el sofá dónde después se dirigió a la puerta y con una extraña sonrisa me dijo. —Cómo te dije mi estimado Ezequiel. No hay un lugar más seguro para ti que este apartamento.
Tras decir esto cerró la puerta dejándome confuso y asustado. Rápidamente descolgué el teléfono y llamé a mi amigo. No hubo respuesta. Después intenté llamar a mis padres, pero tal como había mencionado el señor Bravo, no se encontraban en casa. Incluso intenté llamar al teléfono que me había entregado mi amigo para contactar al detective, pero no logré contactar a nadie.
Desanimado me senté en el sofá y justo cuando comenzaba a dormitar el repique de este me despertó de nuevo de golpe y respondo apresurado.
—¡Hola Hijo! ¿Cómo estás? Tu casero se puso en contacto con nosotros el día de ayer. Que hombre tan amable— Decía mi madre mientras yo tragaba un poco de saliva aliviado.
Podía escuchar mucho ruido en el fondo, pero lo atribuía a que seguramente me estaría llamando desde un teléfono público.
—Parece que me golpeé la cabeza, solo eso mamá. ¿Sabes? Me gustaría quedarme unos cuantos días con ustedes ¿Cuándo volverán? – Respondí
El sonido de fondo se agudizaba y la voz de mi madre apenas ya era perceptible. Le repetí varias veces que ya no podía escucharla sin embargo lo último que me dijo estremeció mi alma
—…Descuida hijo…Ese apartamento ese el lugar más seguro para…—
Tras esto la llamada se terminó y la línea dejo de funcionar. Al instante el sonido del piano se volvió a escuchar. Era como si estuviera dentro del apartamento. Asustado caminé velozmente a las ventanas y miré aterrorizado cómo los glifos se dibujaban en los muros de forma interminable una y otra vez en un color marrón. ¿Qué clase de locura era esta?
Desconcertado me sentí por primera vez con miedo de salir. ¿Y si este apartamento era el único lugar seguro como decían?
Tal vez el señor Bravo era una especie de ángel guardián tratando de salvarme de algo terrorífico y demoníaco que hubiera fuera de este lugar. Dudé de mis ganas de escapar.
Caminé hasta mi habitación y ya sin fuerzas me quedé dormido casi al instante mientras escuchaba los acordes disonantes del piano repetirse una y otra vez.
Tuve los sueños más hermosos que jamás había tenido. Mire a mi primer amor nuevamente, estábamos en mi lugar favorito, en un lugar precioso lleno de flores. Podía abrazarla como cuando antaño y reíamos.
Desperté. El mismo sonido del piano aderezaba la mañana. Miré a la ventana. Los mismos glifos. Las mismas miradas. Me sentía aletargado, como si pese haber tenido el mejor sueño de toda mi vida quisiera dormir más.
De nuevo habían dejado una nota por debajo de la puerta, pero no lo quise abrir. Tan solo quería ir a dormir otra vez.
Otro sueño placentero. Esta vez con mi familia. Eran las mejores vacaciones de mi vida. Era un niño de nuevo, mis abuelos y todas las personas que quise se encontraban allí. Lloré un poco cuando desperté la mañana siguiente y escuché el sonido del piano. Ya no quería despertar, tenía que soñar de nuevo.
Tan solo me levanté al baño, bebí un poco de agua. Las notas debajo de la puerta ahora eran varias. ¿Dormí más de un día? Me sentía extraño. No importa; necesitaba dormir.
Esta vez el sueño fue tan exquisito. Tenía el mejor sexo del mundo con todas las mujeres que había deseado. Las escenas tan explicitas de sexo se presentaban ante mi y yo era como un titán sexual el cual podía complacerlas hasta dejarlas exhaustas y comenzar a tener sexo con una más. Los orgasmos eran casi como sentir la gloria de Dios en mí.
Desperté. Mi corazón latía tan fuerte como jamás lo había sentido. Mi entrepierna se sentía húmeda y pegajosa. Había tenido realmente esos orgasmos.
El piano se escuchaba más lento aún. Al levantarme miré mis piernas, se veían delgadas y al caminar me sentía torpe. Caminé a la cocina para calmar una extraña sed que me invadió de golpe.
La puerta estaba repleta de aquellas notas. Las miré y cómo si algo dentro de mí aún funcionara recordé la carta de mi amigo. ¿Dónde la había puesto?
Miré de un lado a otro. Apenas podía mantener los ojos abiertos, no quería dormir, pero al mismo tiempo el solo imaginar que clase de sueño tendría me sentía seducido a cerrar los ojos. Quería experimentar más de aquellos sueños.
Encontré la carta en el sofá. Saqué la hoja y la miré nuevamente. Apenas podía mantenerme despierto. Caminé de vuelta a la cama con la hoja en mi mano. Me senté frente a la cama y me miré en el espejo que había frente a ella.
¿Y este espejo? ¿Desde cuando tengo un espejo negro?
Dormí.
Esta vez el sueño era grotesco. Sombra humanoides me rodeaban mientras un zumbido y gruñidos de personas se escuchaban a lo lejos y la puerta del apartamento era golpeada violentamente
—Sor….Ti….le….— Distinguía entre las voces.
En mi mano derecha algo ardía como si estuviera en llamas. No podía ver nada más que aquellas figuras. Quería despertar. Ya no quería estar en este sueño ¿Dónde estaban mis hermosos sueños? Un olor a putrefacción se comenzó a colar por mi nariz.
Abrí los ojos de golpe mientras mi mano derecha presionaba la hoja de la carta de mi amigo. Alrededor de mí había velas rojas y los muros se miraban de un gris oscuro. Levante la cabeza para ver la figura más espeluznante que hubiera visto jamás. Era una sombra de tal vez un metro y medio, de esta brotaban unos largos cabellos que se extendían por todo su cuerpo. Pese a no poder distinguir su cuerpo de forma nítida dónde debía estar su rostro había un enorme ojo rojo del cual escurría una especie de baba como la que había mirado en el estacionamiento.
Grité con todas mis fuerzas —¡Dios mío sálvame! —
La figura señaló la hoja que sostenía en mi mano mientras su baba se escurría sobre la cama y comenzaba a mojar mis pies. Ardía como si fuera el más potente ácido sobre mi piel
—¡Auxilio! ¡Ayuda! ¡Socorro! –
El piano que había escuchado comenzaba a sonar de nuevo.
Escucho como la puerta de la entrada se abre y unos pasos se acercan mientras la sombra de aquel monstruo no dejaba de mirarme.
El señor Bravo entra tomando la mano de el niño que había entrado a mi apartamento aquella ocasión en que me mordió la oreja.
—¡¿Qué son ustedes?! ¿¡Demonios?! ¡Déjenme! ¡Por el poder de Dios se los ordeno! — Tras decir esto comienzo a rezar todas las oraciones que venían a mi cabeza. Me encojo mientras me doy cuenta que lo que sea que esta hoja tenga no le permite acercarse a aquella criatura.
El señor Bravo solo observa y el niño se acerca a mí mientras me encojo y les extiendo la hoja agitándola para demostrar mi poder sobre ellos. Había algo en esta hoja que tenía un poder superior y sagrado ante ellos.
—Ezequiel…Ezequiel… ¿No te dije que aquí estarías más seguro? ¿No te gustan los sueños de mi querido atrapasueños? — Tras decir esto se acerca a la figura y peina un poco esos extraños y repulsivos cabellos. El niño tan solo me mira fijamente sonriendo.
—¡Esa bestia no es más que un demonio, pero ¡Esta hoja me protege! ¡No pueden dañarme! ¡Por eso desperté de su macabra pesadilla! ¡Dios los vencerá! –
Los tres se miraron al mismo tiempo y el señor Bravo lanza una risotada. —¿Esa estúpida hoja sin poder? Hoy es la noche de Walpurgis. Tenemos que alimentarle. Faltan cinco más. ¿Qué prefieres Ezequiel?
No entendí a que se refería. La figura se miraba más inquieta y babeante que nunca. El niño caminó más hasta donde tenía la hoja y asintió. Comencé a sentir una risa incontrolable dentro de mí. Aquella figura era lo más horrible que podía ver. Los glifos se comenzaban a dibujar en las paredes y el piano se volvía más disonante y fuerte.
¿Todo por esta hoja? Reí. Esto no tendría que estar pasando si no hubiera tomado esta hoja. El señor Bravo asintió contento de haber notado mi deducción. Extendí mi mano al niño y este tomó la hoja y al instante abrió la boca tan grande que la tragó de tajo.
El piano era golpeado frenéticamente. Los glifos brillaban en las paredes. La bestia inundaba ya la habitación con su baba y una peste insoportable. El señor Bravo se carcajeaba complacido.
—¿Lo vez Dios? Perdiste otra vez…
El niño se abalanza sobre mí al igual que la bestia y comienzan a devorarme. Es un dolor inenarrable. Me condené al infierno. En mi arrepentimiento grito una y otra vez suplicando clemencia, siento como me comienzan a devorar las entrañas.
—¿Traerás a los otros cinco? – Dice el señor Bravo
—¡Si! ¡Lo que sea! ¡Si! ¡Sálvenme! ¡Dios! ¡Lucifer! ¡Alguien sálveme porfavor ya no soporto más! — Respondo desesperado. Un sueño profundo me invade de nuevo y de golpe mientras el señor Bravo ríe.
Duermo. Despierto.
Duermo. Despierto.
Duermo. Despierto.
Me levanto con pesadez. Miro por la ventana con un enorme gozo como mi amigo está fuera de mi apartamento tal y como le ordené por teléfono el día de ayer.
Tan solo cuatro más.
Veo a mis cómplices mirar desde las ventanas. Muy pronto mi amigo también dormirá.
El sortilegio se debe completar.