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marzo 12, 2024
Sortilegio -Parte 3-
marzo 12, 2024
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Siete Miradas

Hay días en que el ocio me gana y me gusta mirar videos en la plataforma de TikTok. Me parece una buena forma de perder el tiempo y desconectarme de la vida cotidiana. A forma peculiar, no soy de los que guste de ver a las personas bailando ni de algunos gustos más sencillos y he pasado algo de tiempo ajustando el algoritmo a razón de que me muestre cosas de ciencia, literatura y videos graciosos.

Fue así que mientras miraba unos cuantos videos, la historia de una persona me inspiró para redactar este breve cuento que espero disfruten y les de tanta ternura y nostalgia, como la que yo sentí.

Disfruten el viaje.


Cuando nacemos, curiosamente no abrimos los ojos al instante, es una de las primeras cosas que nuestra madre nos dice mientras nos acaricia y nos explica todo lo que debemos saber del mundo; o al menos lo que sabe ella.  Fuimos cinco hermanos, recuerdo que cuando percibía su olor me sentía tranquila y dormir juntos me ponía muy contenta.

Ya al abrir los ojos, el mirar mi entorno era cómo si todo lo que había olfateado, escuchado y probado se transformara en cosas espectaculares. Mis hermanos y yo corríamos sin parar, aunque mamá nos regañaba diciéndonos que había muchos peligros a nuestro alrededor.

Cuando a ellos los vi, me paralicé. Eran tal vez diez veces más grandes que mamá, caminaban en solo dos patas y no tenían pelaje. Recuerdo que se acercaron dos de ellos, no sabía que pasaba, su aroma era muy exótico y maullaban de una forma que no podía entender. Mamá había ido a cazar así que por más que mis hermanos y yo hicimos equipo para protegernos terminamos en un espacio oscuro y con unos huecos muy pequeños por dónde pasaba aire.

Terminamos separados. Nunca volví a ver a mis hermanos, sin embargo, al lugar a dónde llegué me esperaba un ser de aquella especie de gigantes. Tras escuchar atentamente pese a no entender lo que maullaban comprendí que le llamaban “Susan” y a mí por algún extraño motivo no dejaban de mirarme y repetir “Niki”

Su hábitat era por demás curioso, lleno de lugares que escalar. Usaban pelajes que se podían poner y quitar y tenían una bestia grande y dura de color blanco de la cual cazaban toda clase de alimentos al instante. Sus aromas eran deliciosos. Pese a que extrañaba mucho a mamá y a mis hermanos Susan y los demás de su manada me hicieron sentir como en casa.

Me acostumbre a que me llamaran Niki, no sonaba mal y siempre que me llamaban habían cazado algo nuevo así que afinaba el oído para correr hasta dónde estuviesen y probar una de las tantas presas que tenían.

Admiraba muchísimo a Susan, era la cazadora más hábil que mi corta vida hubiera visto jamás. Solía a veces ausentarse largos ratos en los que me quedaba con otros de su especie, pero a mí no me importaban, Susan era la líder y con quien quería estar.

Pasaron muchos soles y lunas, vimos las flores nacer y morir, dormíamos juntas y muchas veces jugábamos a atrapar presas que luego desaparecían, pero era muy entretenido. Me fui volviendo más lenta, mi pelaje cambió de color y también el de Susan, su rostro se volvió más maduro y aunque no se notaba tanto los cambios en ella, para mí eran como si yo fuera más aprisa en la vida.

Una mañana entre el caos de ver muchos extraños de su especie, los miraba y seguía atenta tratando de entender que sucedía y a dónde llevaban toda nuestra guarida. Sin advertir un gigantesco objeto cayó sobre mí aplastando casi todo mi cuerpo, fue sumamente doloroso al punto de que perdí la conciencia.

Mis últimos momentos fue mirando el rostro llorando de Susan mientras repetía mi nombre llorando y muchas más cosas que no podía entender. ¿Por qué se entristecía? Sabía que iba a morir, mi cuerpo vibraba de una forma peculiar y sentía que mi ciclo aquí había terminado, pero eso no era triste, me sentía emocionada por saber que pasaría cuando volviera a la vida.

Fue solo un instante, no podría decir con certeza como paso, pero al momento que volví a escuchar los maullidos de mi madre sabía que era otra vida. La segunda de mis siete, por lo que mi anterior madre me había contado.

 Esta vida fue bastante breve, hacía mucho frío. Mis hermanos y yo no contamos con una madre muy cuidadosa y nos abandonó o algo le sucedió antes de que pudiéramos crecer lo suficiente para cazar. La misma vibración paso apenas abría mis ojos.

La tercera y cuarta no serían diferentes; que difícil es la vida de un gato si me lo preguntan. Morimos muy fácil y no somos recompensados por el gran trabajo que hacemos cazando. Las cucarachas y muchos de los insectos fácilmente se apoderarían del mundo si no fuera por nosotros.

La quinta tuve la suerte de encontrarme con otros de esos seres a los que decidí bautizarlos como gatos calvos. Esta vez fue un macho, nos encontramos después de pasar durante bastante rato detrás de una roca transparente a través de la cual los miraba pasar todos los días junto a otros gatos más.

Esta vez fue una experiencia diferente, me llamaba Fleur. Con toda honestidad no me gustaba, pero a él por alguna razón, le encantaba e incluso cambiaba el tono que emitía al llamarme a como cuando se comunicaba con otros. Esta vez recordando mi primera vida siempre estuve muy atenta a los objetos o cosas gigantes para no ser aplastada, tampoco es que tuviera una gran afición a morir.

Vivía en una cueva muy alta desde la que podía ver a través de esas rocas transparentes todo el mundo. Me sentía una soberana viendo todo desde las alturas, cosa que hacía saber a mi compañero dejando rastros de mi por dónde pudiera.

 Que tiempos tan agradables viví junto a él y cuando por igual mi pelaje y mi cuerpo se volvieron torpes sabía que pronto tendría que partir. Esta fue la primera vez que lo hice en calma, sin ser mordida, en el frio o con dolor, solo suspiré y deje de sentir mi cuerpo.

Nunca olvidaré las vistas tan maravillosas que me ofrecían aquella cueva, fueron las mejores que hubieran visto mis ojos en todas mis cinco vidas, así que cuando volví a escuchar a mi nueva madre me aseguré de contarle mis experiencias.

—Vaya ¿entonces esta es tu sexta? –­ Exclamo mientras le maullaba muy atenta todo lo que había visto.

—¿Eso es malo? — Pregunte curiosa por el asombro de mi madre.

Mi madre me explico que la última sería diferente, que cuando la séptima llegara, todo lo viviría distinto, que para ella era su séptima y que se había dado cuenta de que todas sus experiencias pasadas no se comparaban en lo absoluto a la vida que tenía ahora.

Habiendo escuchado eso sentí la necesidad de quedarme junto a ella, quien complacida de que su hija quisiera acompañarla toda su vida me acepto.

Por primera vez me encontré lejos de los gatos calvos; dormíamos dónde queríamos, íbamos de aquí para allá, cazábamos las presas que queríamos ¡Que delicioso era una presa fresca y tibia! Miramos lugares que jamás imagine.

Había lunas en las que nos lamiamos la una a la otra hasta quedarnos dormidas y otros dónde nos contábamos anécdotas junto a otros gatos que nos encontrábamos por el camino. Experimenté la emoción de ser madre por primera vez, fue indescriptible, sentir como hay más vida dentro de ti, la forma en que los percibes crecer es algo que me llenaba de orgullo.

Cuando mire a mis crías por primera vez, es sin duda algo que me hizo muy feliz y mi madre acompañándome lo hizo ideal para mí.

Fue hasta muchos soles y lunas después que tras cazar una presa muy apetitosa que encontramos cerca de la cueva de un gato calvo, que mi vida y la de mi madre llegaron a su fin.

La mirada de mi madre era una de miedo y aunque nunca me dijo nada, sabía que temía por que ya no tenía una vida más para volver. Nunca había visto a un gato tener miedo, no es propio de nuestra especie. Le lamí su frente y su lomo pese a que yo también tenía mucho dolor en mi barriga y mi cuerpo temblaba hasta que de pronto el de ella se detuvo y yo me concentré en no olvidar nada de lo que había vivido junto a mi sexta madre.

Era verdad, la séptima es diferente. Desde que nací, escuchar a mis hermanos me produjo una alegría y nostalgia indescriptible. Recordaba cada uno de los maullidos de mis hermanos pasados y aunque a mis madres anteriores tenía por costumbre mencionarles que número de vida era la mía, esta vez me quedé callada.

Llenaba mis pulmones del aire y los olores que el mundo me ofrecía, si era verdad que solo teníamos siete vidas no quería que esta última me quedara algo pendiente por ver, comer, oler o escuchar. Viví mi vida alejada de los gatos calvos, me había gustado tanto la vida que había vivido con mi anterior madre en la libertad del mundo, que sabía que quería experimentar esta última vida recorriendo y yendo a donde me fuera en gana. Después de todo era una gata experimentada y como tal debía honrar a mis vidas anteriores.

Fui tan precavida como nunca de los objetos gigantes para no morir como en la primera; cuidadosa al máximo de no morir de frío como en la tercera y cuarta y desconfiada para no caer en la tentación de comer algo prohibido como en mi última anterior junto a mi sexta madre.

Vi el sol aparecer desde las copas más altas de los árboles que encontré. Corrí detrás de la luna intentando evitar que se ocultara por todo lo largo de la playa. Conocí otros gatos, otras especies, las cacé como era mi deber y me mantuve al margen de vivir mi vida con toda la alegría que pudiera.

Así llego esa época dónde los cielos se ponen grises y los suelos helados. Sabía que ya no era tan ágil, curiosamente en esta vida mis ojos habían ido perdiendo agudeza y ahora veía borroso y mis bigotes eran mi gran auxiliar ante el difícil y basto mundo. No quería morir, no aún, sabía que quería disfrutar el mundo un poco más.

Caminaba cercana a una cueva de los gatos calvos y mientras intentaba conseguir con el olfato identificar una nueva presa me detuve a olfatear para encontrar un rastro. Pronto llegaría la luna y tenía que encontrar la forma de comer algo lo suficientemente llenador para no morir de frío.

—¿¡Niki?

El sonido al instante me paralizo. Era un maullido que sonaba similar a mi primera vida.

—¡¿Niki eres tu?!-

¿Por qué podía entender con tanta claridad sus maullidos? Jamás había entendido a los gatos calvos. Sin embargo, podía entender claramente lo que decía.

Mire hacia atrás para mirar a un gato calvo viejo, se colgaba de una rama de una de sus patas superiores y me miraba fijamente. Jamás olvidaría esos ojos verdes dignos de un felino superior.  Eché a correr lo más pronto que mis patas me permitieron y me froté contra aquella gata, pero ¿Estaba segura de que era ella la misma que había conocido? ¿Habían pasado siete vidas cómo era eso posible? Jamás ningún gato me contó de haberse encontrado de nuevo con nadie de una a otra vida.

Ella se encogió torpemente hasta alcanzarme y levantándome en sus patas con torpeza me apretó contra su pecho

—Es que no es posible…Moriste ¿cómo es que estás aquí? ¡Niki! ¡Han pasado 60 años! Esto…No…No es posible… Dios esta gatita debe de ser de alguien más, me meteré en problemas si me ven cargándote, discúlpame pequeña es que me recordaste a alguien que fue mi compañera hace muchos años en mi juventud…

¡Era ella! ¡Susan! Me emocioné tanto que mi corazón latía como si fuera el zumbido de una cigarra, lamí su rostro, sus orejas y ella tan solo reía y me decía toda clase de cosas que extrañamente podía entender. ¿Qué eran 60 años? ¿Qué era eso? ¿Serían como las vidas de los gatos calvos? Sesenta suena a una tortura, aunque siendo tan grandes haría sentido que pudieran tener más vidas.

Tras varios instantes entramos a su cueva, no era nada parecida a la que hubiera recordado. Susan por su parte se alejó de mí, mientras decía cosas que simplemente no entendía, hablaba de palabras que nunca había escuchado y yo solo tenía la curiosidad de conocer todo.

¿Si le maullaba me entendería? Lo intenté, pero creo que ella no podía entenderme, tal vez es por que era una gata vieja, su cuerpo se miraba lleno de esas extrañas pieles que se podían quitar y su olor era como el de una uva vieja.

Me acercó una pequeña presa y agua, los más deliciosos y frescos que jamás había saboreado. Le di las gracias, pero ella no me respondió, aunque decidió frotar sus patas por mi lomo y mis bigotes como tanto me gustaba cuando en mi primera vida.

Encontrar a Susan era algo maravilloso, pasábamos las tardes mirando por la aquellas rocas transparentes y aunque no parecía tener compañía de otros gatos, ambas éramos todo lo que necesitábamos. Ella también parecía tener problemas ahora para moverse y yo solía ayudarle a encontrar la comida maullando mientras que ella a veces me levantaba para llevarme a dormir a su lado como buena manada.

Una luna, mientras nos preparábamos para dormir, Susan se quitaba el extraño objeto que ponía frente a sus ojos y tras un largo suspiro maulló:

—Yo creo que ya no nos veremos mañana Niki…Estoy muy cansada…-

Mi pelo se erizo hasta la punta de mi cola. Entendía lo que decía y podía sentir la vibración en su cuerpo, era verdad, muy probablemente no veríamos el sol de nuevo juntas nunca más.

Froté mis bigotes a su rostro y le maúlle que no estaba muy contenta de verla partir. Que había sido una gran gata y que esperaba una vez más ojalá nos volviéramos a encontrar. Quizá sería mi imaginación, pero sentí que fue la única vez que me entendería pues una gota de agua salió de sus ojos y paso sus patas sobre mi lomo.

—Te quiero mucho Niki. Sé que no eras la misma, sería imposible, pero me quisiste tanto como mi querida Niki…Eres la mejor gata del mundo.

Me anidé junto a su cuello y tan solo sentí el exhalar de su ultimo suspiro. Cerré mis ojos y me quedé junto a ella. Entre mi descanso mi cuerpo comenzó a vibrar, era mi turno esta vez. ¿Había sido tal nuestra última vida que nos marcharíamos juntas? ¿Es así como terminaría mi última vida?

Sucedió. Sabía que no estaba más en el mundo. Todo era oscuro a diferencia de mis vidas anteriores, solo podía ver un diminuto punto blanco en el horizonte.

—¿Niki? ¿Eres tú?-

El maullido inconfundible de Susan se escuchaba a lo lejos

—¿Susan? – Maullé.

Escuché el trotar de sus patas hasta que podía sentir su pelaje junto al mío. —¿Dónde estamos? ¿Por qué podemos hablarnos? – Decía Susan confusa.

—No lo se. Es lo natural siendo gatos, ¿no?  Lo raro era no poder haberlo hecho antes.

Susan se escuchaba jubilosa, me decía muchas cosas, pero yo solo quería caminar hacia aquel punto blanco. Comencé a correr mientras Susan me pedía que me detuviera; no podía verla. Solo sabía que quería alcanzar la luz para poder verla, recorrer lo que fuera al final de aquella luz junto a Susan.

—¡Espera Niki! ¿A dónde vas? No quiero irme aún, quédate conmigo, platiquemos de nuestras vidas ¿Qué se siente ser un gato? –

Vaya pregunta más absurda Susan, pues si ya lo sabes; ambas somos gatas.

Susan comenzó a correr detrás de mí mientras me gritaba una y otra vez, yo solo anhelaba ver su cara una vez más.  Sentía a mas gatos correr a mi lado, éramos una colonia de gatos gigante, sin embargo, Susan se miraba reacia a ir hacia la luz.

—Escucha Susan ¡te contaré todo lo que debes saber de los gatos cuando lleguemos a la luz! – Maullé ansiosa.

Susan tan solo se quedo en silencio un instante y con serenidad respondió

—Tienes razón…Será en nuestra otra vida, cuando las dos seamos gatos.



Con especial dedicatoria para mi queridísima Yuki. Espero que en alguna otra vida, cuando los dos seamos gatos, me cuentes todo lo que siempre observas con tanta curiosidad. Te amo.