¿Están listos para seguir los pasos de Ezequiel? ¿O Será que alguien ha comenzado a seguir los suyos también?
Disfruten el viaje.
Después de aquel día en que me dejaron esa extraña nota en mi apartamento, todos los días sin lugar a dudas me dejarían una nota idéntica debajo de la puerta. Siempre era una persona distinta, pero lo hacían a todas horas, algo que era terrorífico. Me sentía aterrorizado y confuso al mismo tiempo y es que yo un adulto de 30 años estaba siendo producto de un acoso con algún tipo de broma oscura o culto esotérico que haría que todo mundo me tildara de loco o de darle demasiada importancia.
Yo ya apenas podía conciliar el sueño por las noches, pasaba dando de vueltas en la cama escuchando atento cualquier ruido que pareciera extraño, dejaba las luces encendidas para que pensaran que estaba despierto, pero no me era suficiente, ya incluso mientras estaba acostado tenía la sensación de que los vecinos me miraban desde sus ventanas con esa actitud molesta y perturbadora.
Tras tres semanas de no poder descansar llegué a mi límite, cada noche era peor y cada día se sentía más largo, ya ni si quiera podía salir a dar mis habituales paseos pues ahora ya sin ninguna clase de disimulo los vecinos se paraban frente a las ventanas para observarme desde todos los lados mientras yo con tal de no sentir todo el acoso agachaba el rostro y caminaba lo más aprisa que podía hasta la puerta de mi apartamento.
—¿Pero por qué tengo que vivir esto yo?— Me preguntaba mientras atrancaba la puerta con una silla como ya era ahora una malsana costumbre. Colocaba mi abrigo en el perchero el sonido del teléfono me hizo saltar como un resorte debido al fuerte repicar de la campana.
Camine a prisa para descolgar la bocina y de inmediato la voz de mi casero me alentó a manifestar mi hartazgo.
—Señor Bravo, que bueno que se comunica, me urge fuertemente hablar con usted. Lamentablemente creo que vamos a tener que cancelar el contrato del apartamento, ya no aguanto más.
El señor Bravo, con su rasposa voz rio un poco y respondió con calma —¿Pero que pasa mi estimado Ezequiel, no está siendo confortable mi apartamento? — y tras esto lanzo una larga risotada que lejos de asustarme me llenó de ira.
—¡Oiga que le pasa! ¡¿Cómo se atreve a burlarse de mí!? Escúcheme bien, esto no es una amenaza, me voy a retirar de este apartamento, le pido por favor que hable con su abogado para que lleguemos a un arreglo ¡No me voy a molestar en darle más de talles y de no aceptar lo que le estoy diciendo, pues nos veremos en los tribunales! ¡No pienso vivir más aquí!
Estuve a punto de colgar el teléfono furioso cuando el señor Bravo suspiró y tras escuchar como trago saliva con un tono pausado me respondió que me estaba precipitando y que mañana pasaría al apartamento por la mañana para que platicáramos que estaba sucediendo y llegáramos a un acuerdo.
Yo no pensaba llegar a ningún acuerdo, me sentía lleno de miedo e incomodidad de no poder salir ni entrar, aquellas notas eran más que suficiente. El no entendía que para alguien como yo poder estar tranquilo era parte de poder crear una prenda y aquí no podía ni si quiera tomar una escuadra y un trozo de tela sin estallar en pánico al primer ruido extraño que escuchaba.
Me pasaría toda la noche pensando en mis argumentos y excusas para cancelar el trato; incluso pensé en un acuerdo monetario como compensación para poder irme de aquí. Tendría que buscar refugio en algún lado, pero en este momento ya no importaba nada más que huir de aquí.
A la mañana preparé la cafetera con mi café más caro y unté de mantequilla unas rebanadas de pan tostado como ofrenda de buena voluntad para iniciar la negociación, pues mi madre decía que nunca se debía hablar de cosas serías con el estómago vacío y esto era algo que definitivamente tenía que negociar de manera excelsa.
El señor Bravo se presentó con una puntualidad inglesa y tras recibirlo se quitó el sombrero, lo dejó en el perchero junto a su abrigo y se abrió paso hasta la mesa mientras le indicaba que había preparado un poco de café para charlar.
El hombre tenía un olor peculiar el día de hoy, era un aroma a hiervas amargas y secas, era verdad que apenas nos habíamos visto un par de veces, pero su olor era picante en mi nariz al punto que estornudé varias veces mientras le narraba todo lo extraño que había vivido desde que llegué al apartamento.
Una vez hecha mi narrativa y ofrecimiento de acuerdo monetario el hombre peinó sus bigotes y barbas para después beber el café de un solo golpe y dejar caer la taza con fuerza sobre la mesa y aclarar su garganta.
—Mi estimado Ezequiel, comprendo que puedes llegar a sentirte, pero creo que te estás precipitando, te aseguro que no encontrarás un lugar mejor y más seguro que viviendo aquí.
—Es que no me está entendiendo. Le estoy diciendo que me voy a ir de aquí Señor bravo. Lamento si no entiende mi postura, pero ya no quiero este lugar así que le pido que acepte el acuerdo y pueda yo irme.
—Si logras demostrarme en este momento una sola cosa de las que me dijiste, tienes mi palabra que te puedes ir y sin si quiera pagarme el último alquiler-
Presuroso me levante a buscar los montones de notas que me habían dejado debajo de la puerta, todas las había guardado como evidencia por si algo llegara a sucederme. Caminé rápidamente a mi habitación y abrí el cajón donde las guardaba.
No estaban. Era como si no hubieran existido, busqué una y otra vez. Un sentimiento más grande que todo el miedo que hubiera sentido me invadió ¿Cómo era posible? Vacié todo el cajón haciendo un estruendo al que el señor Bravo dijo en voz alta —¿Todo bien? — Y después lanzo una carcajada que me hizo llenarme de coraje. Alguien definitivamente había entrado a mi apartamento a robar las notas, no había otra posibilidad.
Busqué y rebusque una y otra vez por toda mi habitación, no había ni una sola nota, ni si quiera la que había encontrado aquel día en el sótano. Molesto caminé rápidamente de vuelta y furioso le dije
—¡No estoy loco! ¡Alguien entró y se las llevo! Pero mire, vamos afuera y se dará cuenta de las miradas, vamos al estacionamiento y vea la camioneta, verá que lo que le digo es verdad.
El señor Bravo suspiró y levantando las cejas me señaló la puerta para que saliéramos y probara lo que decía. Salimos. El mismo resultado, un vecindario afable, incluso fuimos al sótano y como una especie de complot la camioneta había desaparecido y el lugar marcado con el 309 se veía limpio y sin ninguna señal de algo perturbador.
El señor Bravo peinando una vez más sus bigotes me miró sonriendo y me dijo —¿Ves? Solo son imaginaciones tuyas, te recomiendo ir a un médico, estás muy alterado. El día primero estaré pasando por el alquiler, ahora si me disculpas tengo que ir a hacer una diligencia.
Regresé a mi apartamento apabullado, me sentía mareado e incluso un poco nauseabundo ¿Qué acababa de pasar? Alguien entró a mi apartamento, estaba seguro de ello ¿pero en qué momento? El resto del día apenas podría concentrarme en mi trabajo y producto de mi agotamiento me quedé dormido mientras me recostaba en mi cama para montar guardia.
Un fortísimo golpe en la puerta de mi apartamento me despertó. Era como si quisieran derribarla. Temblando aseguré la puerta de la habitación y tomé las tijeras de sastre listas para clavarlas si alguien se atrevía a cruzar la puerta. No sé cuánto tiempo fue, pero no sería muy largo hasta que el ruido cesara y saliendo lleno de miedo encendí todas las luces y me acerqué muy despacio a mi puerta.
Por debajo habían deslizado una hoja de papel con un glifo diferente y la palabra
“SORTILEGIO 513. MORS INICIPIT”
Desesperado abrí la puerta de tajo con las tijeras dispuesto a hacerles frente, no me iba a dejar intimidar, estaba harto. Grité que salieran, que no les tenía miedo, que si querían hacerme daño lo hicieran de frente. Nadie salió, ni una mirada por las ventanas, era como si nada de esto estuviera sucediendo.
Tras gritar una y otra vez regresé derrotado por no tener una respuesta. Cerré la puerta y me tiré tras ella a llorar, esto era abrumador, era un acoso del que no sabía cual era su objetivo. Así amanecería y tras beber un poco de café me decidí a dar batalla. Si incluso el señor Bravo estaba detrás de esto lo iba a desentrañar e iba exponerlos a la luz. Había un buen amigo de la infancia que era reportero y sabía que de pedirle que expusiera un caso tan extraño llamaría la atención de los medios.
Así comencé a documentar de manera casi obsesiva cada cosa que sucedía. Tomé una vieja libreta en la que pegué la hoja que me habían deslizado. Anoté cada número de departamento y las características que distinguía de quienes me miraban. Así pasarían nueve días, durante los cuales a diferentes horas del día deslizaban las notas, curiosamente esta vez eran los mismos símbolos y palabras.
Al día siguiente llamé a mi amigo a su oficina e hicimos una cita para vernos en un café por la tarde después del trabajo. Yo por mi parte tenía un proyecto que entregar muy pronto y mi objetivo era que para en un par de días se expusiera en los medios lo que sucedía y pudiera obtener un poco de paz por el miedo a las represalias o los medios monitoreando el edificio.
Tomé las llaves de mi auto y justo cuando abrí la puerta nada me preparo para lo que encontré fuera de mi puerta y es que un niño de no más de cinco años se encontraba ahí. Vestía unos pantaloncillos cortos y una camisa azul con una pequeña mochila en su espalda. Atónito lo miré un instante mientras me sonreía y agitaba su mano para saludarme.
Antes de poder decirle algo el niño entró al apartamento y se sentó en el sofá. Asustado caminé deprisa tras él dejando la puerta abierta —¡Espera! ¡¿Dónde está tu mamá!? Esta no es tu casa niño-
El niño me sonrió y no dijo nada. Asustado salí al edificio y sin miedo grité a todo pulmón que había un niño perdido en mi apartamento. Tan solo las miradas acosadoras por las ventanas. Corrí a buscar al vigilante y de manera extraña no se encontraba, así fui tocando puerta por puerta. Nadie salió, volví agitado al apartamento mientras el niño con toda tranquilidad miraba mis cosas.
—Niño ¿Puedes hablar? ¿Dónde están tus padres? ¿Cómo te llamas? ¿Sabes dónde vives?
El niño tomo una fotografía de la sala de estar dónde estaba con mi familia y me señaló preguntando si era yo. Sus ojos claros y azules me miraban inocentemente. Sus rasgos físicos no eran de una persona de este país o al menos de esta zona de la ciudad, sus ropas se veían finas y bien confeccionadas, lo podía notar de inmediato.
Afirmé y me acerqué a él para tratar de encontrar una forma de localizar a su madre o dejarlo en la policía. No podía perder tiempo tenía que encontrar a mi amigo, esto era el peor contratiempo que pudiera haber tenido.
Le pedí que me permitiera buscar un juguete en la pequeña mochila que traía para intentar buscar algún dato dentro de ella que me diera una idea de su domicilio o padres. Al abrirla lo que me encontré eran objetos de lo más extraño, traía un soldado de juguete que se veía muy viejo y sucio, una manzana con una mordida que no correspondía a la de un niño. Al fondo había una tarjeta de plástico la cual parecía mi última esperanza.
Por algún extraño motivo la mochila emanaba un olor desagradable y húmedo, esto se volvía más turbio a cada instante. Saqué la tarjeta de plástico y la miré. Era una credencial del colegio del niño, sin embargo, en dónde estaban sus datos habían sido cubiertos con alguna especie de tinta negra que lo hacía imposible de ver.
Mi paciencia se agotaba y lleno de preocupación buscaba algo más mientras el niño tan solo ponía una mirada curiosa y parecía divertirse con mi desesperación. Puse la mochila de cabeza y la agité esperando encontrar algo más, sin embargo, al ver esto el niño comenzó a reír y acercándose a levantar el soldado para jalar mi pantalón y decirme.
—Señor, le quiero decir un secreto.
Desesperado me agache para quedar a su altura, no tenía ya tiempo que perder, estaba a punto de llamar a la línea de emergencia para que vinieran por él.
Puso ambas manos sobre mi oreja y susurrándome dijo
—El sortilegio empieza hoy-
Tras decir esto lanzo una fuertísima mordida en mi oreja arrancando un trozo. Asustado y dolorido lo aventé lejos y caí al suelo dolorido mientras retrocedía aterrorizado. El niño corrió a toda velocidad hasta la puerta y escapo. Alcance a escuchar una puerta de un apartamento a lo lejos abrirse.
Tome un trapo de la cocina para detener la hemorragia y las llaves de mi auto para salir a toda velocidad. El dolor era insoportable. Bajé al sótano y corriendo me dirijo hasta mi auto. Lo enciendo y conduzco a toda velocidad hasta una pequeña clínica cercana donde me dirijo hasta el área de emergencias.
De inmediato me pasan mientras pienso una y otra vez en lo que sucedió, ya no podía permanecer ni un día allí, fácilmente esta era una advertencia, la próxima vez podría perder la vida. No tuve el valor de decir que un niño me había mordido una oreja, parecería un loco, en vez de eso inventé que intenté atrapar un perro de la calle y me había mordido. El médico pareció convencido y de manera espeluznante hizo una mención de que debía haber sido un perro de un tamaño grande pues la mordida había sido muy fuerte.
Una vez cosido pagué rápidamente y me dirigí para hablar con mi amigo. El era mi única esperanza de que me creyera. Afortunadamente aún lo encontré en el café donde nos citamos y tras narrarle mi experiencia lo tomo con calma y me contó que probablemente estaba siendo víctima de alguna secta apocalíptica derivado de que este año sería el cambio de milenio y había una gran paranoia con la llegada del año 2000, que ya habían tenido informe de otros medios acerca de rituales extraños y sacrificios para protegerse de cualquier profecía. Me pidió recolectar las pertenencias del niño y le entregara todo lo que había juntado de evidencias y me apoyaría publicando un artículo sin embargo que lo más elocuente era huir de allí de la manera más sutil posible, pues podían estarme vigilando.
Acordamos no vernos de nuevo y entregarlo todo a través de un tercero que pasaría a recolectar todo el día de mañana en un parque cerca del apartamento para que no tuviera que desplazarme y me dio el teléfono de un detective que podría ayudarme.
Volví al apartamento lleno de miedo y tras entrar limpié la sangre del piso y prepararía todo para entregarlo.
Apenas al medio día del día siguiente mientras intentaba trabajar y esperaba diera la hora de entregar las pruebas el teléfono sonó y lo descolgué rápidamente para escuchar la voz de mi amigo.
—Ezequiel ¡lárgate de allí mismo ya! –
—¿Qué pasa? – Respondí temeroso
—No tengo tiempo de explicarte. Vete. Vete ya, nos vemos en casa de mis padres o donde tu digas, pero sal de ahí ahora.
—¡Dime que pasa maldición! — Grité mientras miraba a todos lados
—La credencial de ese niño y los datos corresponden a otra persona que está muerta desde 1892. Era una trampa Ezequiel, no sé lo que estén planeando esas personas, pero tengo mucho que decirte de las cosas que me entregaste. Nos vemos en la estación de policía. Ve directo allí, no vayas a ningún otro lado. ¡Lárgate ahora!
El sonido del teléfono siendo colgado me dejó ya sin una sola respuesta. Tomé las llaves de mi auto y justo cuando salí y bajaba las escaleras giro y un golpe fortísimo en la cabeza me hace perder la conciencia, lo último que logro escuchar es la familiar risa del señor Bravo a lo lejos.