¡Hola a todos amigos! Bienvenidos una vez más a este nuevo episodio de Kandy; me dio mucho gusto ver la recepción que tuvo el episodio anterior y que sepan que siempre estoy súper atento a los comentarios que me regalan en todas mis redes sociales. Les cuento que este es el último mes que mi saga “Diario de los últimos días en la tierra” estará en promoción en mercadolibre por lo que si quieren llevarse los 3 libros los pueden encontrar a un súper precio 😎🔥 además de llevarse una sorpresa; la liga la dejo a continuación:
También aprovecho para comentarles que el episodio X de Kandy llegará hasta enero del 2024 ya que tengo una historia muy linda a la que estoy terminando de darle unos cuantos detalles y quiero darle el espacio para que puedan leer tanto este episodio como el cuento que esta por llegar. Les agradezco un montón y les deseo que tengan un excelente día, tarde o noche… Sin más que añadir. Disfruten el viaje.
Episodio IX: El lenguaje del engaño
“Tampoco fue para tanto y lo sabes”, decía aquel fantasma de Kandy mientras me cambiaba las empapadas ropas a la mitad de la madrugada.
“¿De verdad lo crees, Kandy? En primer lugar, ni siquiera sé por qué estoy dialogando con mi alucinación. Estos malditos analgésicos vaya que me tienen la cabeza hecha un lío.”
Johnny me dejó unos pantalones deportivos, un par de tenis, una camiseta y una gorra. Era más que suficiente para pasar más desapercibido de una manera sencilla y lograr no morirme de frío durante la noche.
“Pues aquí estamos, Josh. Yo no me voy a ir a ningún lado de tu cabezota y tú no tienes nada que hacer, a menos de que tengas la loca idea de salir a que te arresten o se te reviente la sutura y te mueras desangrado, así que ¿algo que quieras platicar?”
“Kandy, hay algo que quiero hacer, pero… aunque sé que no eres real y que todo esto es producto de mi alucinación, creo que es lo mínimo que podría hacer en tu memoria.”
“¿Ahora qué locura tienes en mente?…”
“Voy a ir a ofrecer mis condolencias a Tempesta. A tu abuela. Una de las cosas que nos unió en un principio fue el hecho de que ambos fuimos criados por nuestras abuelas. Aunque quizás lo tuyo no fue de la mejor manera, tanto tu abuela como la mía se merecen una conclusión y un culpable. En este caso, si yo no te hubiera orillado a todo esto, tal vez estarías con vida. Tal vez no hubieras terminado de esta forma.”
La lluvia continuaba cayendo de forma severa, haciendo que no pudiera ver nada en el exterior. Por un momento pensé si habría algún ciclón cerca de Mirabille o cuál era la razón de esta fuerte tormenta.
“Pues… Si tú lo dices… Aunque no creo que Tempesta esté muy interesada en escucharte. Ella conocía a su nieta. Yo creo que sabía que la gente como yo no vive mucho.”
Tomé otra píldora del frasco para tratar de mantener a raya el dolor que se acrecentaba en mi cuerpo, este dolor me recordaba a aquel que sentí cuando mi corazón entendió que la Kandy que yo había visto no era más que una pequeña parte de la cara iluminada de aquella luna que había estado contemplando por meses.
Subir por el elevador del hotel me tenía con el corazón latiendo a mil por hora. Kandy no era el tipo de persona de negociar en hoteles, siempre lo hacía en oficinas o restaurantes. Esa era nuestra estrategia y tenía la finalidad de no parecer una estafadora común; ella debía demostrar estatus. Ahora que teníamos suficiente dinero para usar ropa decente y ella había memorizado casi a la perfección las palabras que debía decir, me parecía inaudito que me llamara aquí, sobre todo porque estaba seguro de que no era para una cita romántica. Algo estaba muy mal.
La habitación 1640 era mi destino, sin embargo; apenas abriéndose las puertas del elevador, escuché el estallido de un disparo y de manera instintiva busqué refugio. El ruido de cristales rompiéndose dentro de una habitación y el quejido ahogado de una voz masculina se oía en la lejanía.
“¡Kandy!” grité.
“Joshua, será mejor que vengas rápido. ¡Esto se puso muy divertido!”
Caminé con rapidez y, al llegar a la habitación, encontré a Kandy en la puerta; ella me apuntaba con el mismo revólver que había estado cargando recientemente.
“¿¡Qué estás haciendo?! ¡Baja el arma, Kandy!”
Kandy salió de la habitación y, de manera despreocupada, disparó un par de veces más dentro de la habitación.
“Ups… ¿Me dijiste algo? Es que creo que no escuché” – y posteriormente soltó una carcajada. “Ahora ven a ayudarme, que tienes mucho trabajo que hacer, gordito.”
El tono con el que Kandy me hablaba era sinónimo de provocación; sabía que estaba buscando la forma de hacerme enojar. Sin embargo, estaba tan fuera de sí y tan alterada que lo último que quería era recibir un disparo de su parte, así que, esperándome lo peor, caminé dentro de la habitación.
“La policía no tardará en llegar, Kandy…”
Kandy rió una vez más. “Despreocúpate, los pisos de arriba y abajo están solos. Reservé todo para mí solita. O bueno… para nosotros…”
Tan solo ver el desastre dentro de la habitación me preparaba para lo que veía tirado sobre la cama. Era el cuerpo de Raziel, semidesnudo, quien tenía la cabeza colgando y escurriendo en sangre. Sentí como si algo hubiera golpeado mi cabeza fuertemente y tuve que sostenerme por un momento en la pared para no desmayarme por la impresión.
“Kandy… ¿Qué… hiciste…?”
“Mira, solo adelanté un poquito las cosas, era él o nosotros. Tú bien sabes que cuando juntáramos el billón de dólares, nos iba a matar. Así que bueno, ahora que tenemos un problema menos.”
¿¡Un problema menos?! Esto era lo último en lo que podía pensar; había un asesinato frente a mis ojos y, encima de todo, era cómplice.
Una cosa era crear un fraude; otra, muy distinta, era cometer un homicidio. Esto era delincuencia organizada; era descender un nivel en el círculo del infierno donde algún día tendríamos que purgar nuestras condenas.
“Acabas de echar todo a perder, Kandy. Escucha, voy a llamar a una ambulancia. Puede que, si todavía nos apresuramos, podamos hacer algo. Llamaré a varios contactos, podemos arreglar esto. Ayúdame a…”
Antes de que pudiera terminar la frase, Kandy descargó el arma sobre el ya fallecido cuerpo de Raziel, y yo, horrorizado, solo me llevé las manos a la cabeza.
Kandy se acercó a mí y, tras tirar la pistola al suelo, me besó en la boca. Sujetándome la camisa con ambas manos, me propinó un potente rodillazo en los genitales, provocando que cayera de rodillas de manera instantánea por el dolor.
“Así”, dice mientras vuelve a patearme la entrepierna.
“Se”, dice mientras da otra patada más.
“Siente”, dice con un tono lleno de ira.
“Que te roben la vida. ¡Hijo de la gran puta!”, dice finalmente con otra patada más, con la cual me quedo retorciéndome en el piso.
Náuseas, vómito. Giro de un lado a otro desesperado. Siento un mareo intenso; juraría que me había reventado los genitales en ese momento. Kandy caminó hasta el otro extremo de la habitación, pero yo estaba demasiado dolorido para siquiera ver lo que hacía.
No sé cuánto tiempo me tomaría tan siquiera poder ponerme de rodillas, pero temblaba totalmente. La sangre de Raziel comenzaba a empapar parte de la lujosa alfombra de la habitación.
Kandy estaba sentada en una silla que daba a los largos ventanales con vista dorada al bosque de La Piedad. La vi con la mirada vacía, con un cigarrillo quemándose sin fumar. Tan solo quemándose. Podía notar la tristeza y la cólera en su rostro. Aquí estaba ese demonio que me había besado aquella tarde en el departamento con Rómulo.
Lentamente me acerqué para tomar el arma y, con torpeza, la metí en mi bolsillo. Caminé hasta donde estaba Kandy y, al tirarme de rodillas a sus pies, me quebré. Comencé a llorar como un bebé.
Ambos permanecimos en silencio, junto a un cadáver que había sido la persona en quien confiábamos. Un hombre que, cegado por su ambición, había creído que podía manipular a dos seres humanos que demostraron ser algo más que dos máquinas de dinero. Yacían un montón de sueños rotos en forma de lágrimas que escurrían por los ojos de un hombre que había amado a la persona equivocada. Y en silencio estaba la ira de una mujer que había perdido totalmente la cordura ante la inevitable aceleración de su muerte.
“¿Ahora qué?”, dije, esperando lo peor de Kandy.
Kandy me apartó de sus rodillas y, alisando su falda, tiró el cigarrillo sobre la alfombra y lo pisó.
“Me ayudas a limpiar este desorden y vamos a llevar esto hasta el final. El día de mañana tengo una reunión con un socio importante del banco transnacional de China. Si todo sale bien, solo necesitaríamos un par de socios más, ¿cierto?”
La soltura con la que hablaba Kandy solo me aterraba más. Caminé lleno de dolor hasta ella y, sujetándola por los hombros, la sacudí un poco para hacerle recordar lo que había aquí. Un muerto.
“¿Qué te pasa, Kandy? ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿No te das cuenta de que esto es lo peor que pudo pasar? ¡Reacciona!”
Kandy, entonces, apoyó su frente en mi pecho. “Joshua… Tú y yo nos vamos a morir. PORQUE TÚ ME MATASTE. ¡Hazte responsable! ¡Sé hombre y hazte responsable! ¡Te prohíbo abandonarme! ¡Te prohíbo… dejarme… morir… sola…!”
Tras decir esto, Kandy casi se colgó de mi camisa mientras se rompía en llanto. Entendía un poco su sentir; yo tampoco quería morir solo. Ella también se sentía como yo.
Tras permanecer varios minutos allí, Kandy y yo terminamos metiendo el cuerpo de Raziel en una enorme maleta de viaje que había dejado Kandy y esperamos hasta la madrugada mientras desde la habitación llamé a Natman Rog, quien hacía unos días se había vuelto mi socio más confiable para mantener en orden todas las operaciones financieras y detalles del plan maestro. Él era una de esas personas que no se interesaban por ser millonario, solo le interesaba vivir lo suficientemente bien y en el margen de la legalidad para que todo le saliera bien, era uno de esos malnacidos sin moral con suerte.
Nos consiguió un equipo de cuatro personas quienes llegaron con máscaras como si fueran a fumigar, quizá con la finalidad de no ver su rostro y, sin hacer una sola pregunta, limpiaron la habitación, tomaron las sábanas y recogieron el más mínimo detalle hasta el punto de simplemente preguntar dónde se encontraba “nuestro equipaje”, y así desapareció el último rastro que conocí de Raziel.
La noche gélida hacía que el dolor se tornara mucho peor. Al cambiar mi camisa, había notado que incluso el abrigo comenzaba a mancharse de sangre, seguramente comenzaba a perder sangre a través de la herida. Tenía muchísima sed. Sentía una desesperación que me hacía tener ganas de salir a lamer las gotas de lluvia del auto, pero al mismo tiempo era una debilidad; sentía como si, con cada instante que pasaba, mis extremidades se convirtieran en las de un muñeco ventrílocuo sin su amo.
“¿Me podrías confesar por qué lo mataste, Kandy?”
“¿A quién de todos, querido?”, responde el fantasma de Kandy que ahora juraría es casi tan real como si estuviera viva.
Vestía esa falda roja y ese saco ajustado que tanto me gustaban, sin embargo, ahí seguía esa expresión de muerte, ese maquillaje corrido, ese color casi transparente y esos labios enegrecidos, y en su cuello esa herida letal que le había arrebatado la vida de lado a lado, escurriendo una horripilante sangre marrón.
“Pues me refiero a Raziel… ¿Me refiero… Por qué el primero? Pudo ser el último y lo elegiste primero…”
El fantasma de Kandy tan solo echa una risita y su fantasma intenta acariciar mi mejilla. “Eso. Te lo diré cuando nos encontremos.”
La fatiga era tan imponente que apenas podía mantener abiertos mis ojos, no quería dormir, pero el dolor y los analgésicos me tenían en un estado de trance tan extraño que me impedía soportar más, así que, sin advertirlo, en algún momento me quedé dormido.
El sacudir de las fuertes manos de Giusseppe me hizo quejarme.
“Pensábamos que estabas muerto… Estás helado.”
Curiosamente no sentía frío. El entumecimiento en mi cuerpo era ya casi total. Apenas había sentido el sacudir de mi cuerpo. Kandy estaba siendo traspasada por el cuerpo de Giusseppe, quien estaba a mi lado y, suspirando, se acomodó en el asiento.
“Mira, esto es lo mejor que pude hacer con lo que me quedaba de dinero, bocinita. No tienes idea de la cantidad de sobornos que he tenido que dar. A las 7 de la mañana llegará un espectáculo de malabaristas anunciando el circo que está a las afueras de Mirabille. Me parece una gran idiotez, pero fue lo mejor que pudimos conseguir para hacer una distracción grande y que, al mismo tiempo, llamara la atención mínima de algunos estudiantes. Tengo una hora comprada a la policía del vecindario, así que vamos a cruzar los dedos porque, si esa niña se queda dormida, se nos jodió todo”
Ahora una última cosa, amigo… te lo ruego… ve a un hospital. Si vieras tu estado tan demacrado, me entenderías. Te vas a morir… Y me niego a verte morir. Si no aceptas ir a un hospital después de hablar con Titania, me doy por concluido con mi trabajo. No voy a hacer nada más. Giusseppe y yo lo platicamos muy detenidamente y no puedo seguir arriesgando mi vida de esta manera, ni la de él. También estoy muy asustado y tampoco me quiero morir… Te lo pido como el amigo con el que fuiste al colegio, como el que te enseñó a disparar con una resortera. Joshua, no tienes que salvar el mundo, si ese tal Rómulo es un supervillano de historietas, dejemos que el mundo se haga cargo, no le debes nada al mundo. ¿Crees que eres la peor persona del mundo? No digo que no tengas culpa, no digo que no haya sangre en tus manos, pero hay más personas cometiendo crímenes, hubo peores personajes en la historia y no intentaron ganarse un lugar en el cielo con una última buena acción. Esta no es la forma en la que me quiero despedir de ti…”
Entendía perfectamente las palabras de Johnny; yo no intentaba ganarme el cielo. Especialmente, no quería pensar a dónde iría mi alma cuando este cuerpo perdiera su último aliento. Era una cuestión de honor, de pensar que no había fracasado del todo, era incluso una cuestión de responsabilidad para, al menos con las pocas horas de vida que me quedaban, alcanzar a decirle a la abuela de Kandy que no había sido una chica mala.
“No puedo, Johnny. Perdón…”
Tan solo miré las manos de Johnny presionar el volante y temblar con fuerza. Giusseppe, por su parte, solo apartó la mirada de mí y le dijo: “Te lo dije… Viniste a salvar a alguien que no te quiere”.
“Bájate del coche, Joshua. No quiero volver a verte”, dijo Johnny con una voz entrecortada.
Suspiré y agaché la cabeza. Entendí su dolor, su tristeza. Lo había hartado, lo había llevado al límite. Abrí la puerta y, apenas tomaba fuerzas para bajar, Giusseppe me empujó con fuerza afuera mientras me gritaba furioso:
“¡Lárgate! ¡Déjanos en paz! ¡Solo nos traes problemas! ¡Muérete ya, asquerosa basura!”
Caí al pavimento de lado mientras mi cabeza golpeaba el piso y me quedé en el suelo por el insoportable dolor que sentía. Vi la puerta cerrarse y el auto arrancar. Apenas había algunos estudiantes pasando por la acera quienes me veían confundidos y yo solo intentaba ponerme de pie, pero solo conseguía quedarme en rodillas.
“Ups… ¿Sabes? La verdad ellos nunca me cayeron muy bien, son ‘raritos’. Ósea, no raritos de este tipo porque, bueno, ya lo son, pero… Despreocúpate, querido, tú tienes algo que hacer y será mejor que te apures”, dijo aquel fantasma de Kandy, quien se encontraba parada a mi lado.
“A ti, ¿qué más te da?” respondí molesto.
“Uy, perdón ‘señor yo puedo con todo’. Yo solo te estaba aconsejando porque lo más seguro es que tú y yo nos veamos las caras más pronto que tarde. Esa herida de bala no está mejorando y, digo, tú sabes… hace unas horas yo era una silueta y ahora ya me ves completa… ah, en fin, haz lo que quieras, yo aquí me quedo.”
Intentaba conseguir fuerzas para levantarme cuando una voz aguda y nasal se escuchó a mis espaldas.
“¿Se encuentra bien, señor?” Al decir esto, se agachó para tomarme por el brazo.
Levanté la mirada y vi a una joven chica de cabello corto y varios piercings en la cara. De inmediato, al verme, se alejó un instante mientras que, con sorpresa, decía: “No jodas… Joshua Savinto…”
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Temí lo peor. Instintivamente, alejé mi brazo un poco, sin embargo, sujetándome con fuerza, intentó levantarme.
“Tranquilo, soy Meysi, amiga de Titania. ¿No me reconoces?”
Mis pensamientos estaban tan desorganizados que apenas podía pensar con claridad por mi condición.
“Tal parece que es mi día de suerte…”, dije con una enorme fatiga.
“¿Qué diablos haces aquí? Por Dios, estás helado y mírate, estás empapado en sudor. Deberías estar en la clínica veterinaria. ¡¿Por qué has venido hasta acá?!” Espera… Tengo que cubrirte el rostro, aquí traía unas gafas de sol.”
Meysi me soltó un momento y comenzó a buscar en su bolso escolar para sacar unas sucias y chuecas gafas. Me las puse sin pensar, mientras ya me lograba reincorporar y Meysi me seguía sosteniendo por el brazo.
“Titania debe de estar por llegar. Siempre nos vemos por aquí… Porque supongo que viniste a verla, ¿correcto? Escucha, amigo, no tengo ni la más remota idea de lo que tienes entre manos, pero déjame decirte que tu historia es digna de escribir para un libro. ¿Cuál es el plan? Abre la boca, hombre, que por cómo te ves, el tiempo aquí es oro.”
Esta frase comenzaba a resonar más fuerte en mi cabeza. ¿Cómo me veo? Instintivamente busqué un charco para ver mi reflejo y, por primera vez, noté la decrepitud de mi persona. Mi cabello se veía desaliñado; a pesar de ser un pobre reflejo, el color de mi piel era casi igual que el del fantasma de Kandy. Tenían razón todos, estaba casi a punto de morir.
Percibí el olor de su perfume a metros atrás. Era un aroma a frutas y jazmín tan peculiar que le gustaba utilizar, era el aroma de una niña inocente, el perfume de mi salvadora.
Escuchar los pequeños pasos acelerados de Titania me llenaban de un vigor que no sentía hacía bastante tiempo. Solté a Meysi y, girando en un santiamén, abrí mis brazos para abrazar a mi más querida amiga.
Este no era un abrazo de amor, era un abrazo de ternura, uno que simbolizaba lo que ambos sabíamos. Era el anticipo a nuestra verdadera despedida.
“Josh…” decía Titania una y otra vez mientras sollozaba.
“Tita, escucha, no tenemos mucho tiempo. En unos minutos va a llegar una pequeña caravana a hacer un gran escándalo. Necesito que hagas una cosa por mí… Y por cierto… Ya me enteré de que no has seguido mi consejo… ¿No te dije que fueras una buena persona? Esas monjas seguramente no la pasaron muy bien…”
Escuchar su risa me daba un poco más de vida. “Eres un tonto…” dice Titania mientras se aleja de mí y comienza a limpiarse los ojos.
“Entra a la oficina donde guardan la información de los alumnos y necesito que revises en los expedientes más antiguos; estoy buscando el expediente de Magdalena Liberiganto. ¿Puedes recordarlo?” Dije con pesadez mientras caminaba a recargarme en el muro que había frente a mí para descansar.
“Pan comido, amigo. Entro todo el tiempo para robarme los reportes de ausencias; conozco ese archivo como la palma de mi mano. ¿Y después?” dice Meysi con orgullo.
“Cuando terminen las clases, llamen a su residencia. Es una persona de mucho dinero y su padre es un político bastante conocido; si no se encuentra, dejen un recado con quien tome la llamada, díganle que es urgente que el mundo sepa acerca de las fechorías de Rómulo O’Fortuna. Eso sería suficiente, que le entreguen el recado también a su padre si es que no toma la llamada Magdalena.”
“¿Y luego?” dice Titania, curiosa y temerosa.
“Te vas directo a casa y me prometes que no volverás a mencionar ningún nombre ni nada de lo que acabas de oír,” dije mientras miraba al fantasma de Kandy levantar una ceja de manera sarcástica.
“No puedes hablar en serio, Joshua,” dice Titania, llevando sus manos a la cadera, molesta.
“Tan en serio como que, si no me haces caso, voy a empezar a gritar con todas mis fuerzas que soy el criminal buscado por la policía. Así que ahora mueve esos piecitos y sé una niña buena.”
Meysi comenzó a reír mientras buscaba dentro de su bolso nuevamente y me entregó una barra de chocolate.
“Ten… En serio estás bastante mal de la cabeza, pero debo aceptar que tus planes tienen estilo y, sobre todo, que por fin le estás quitando esa ternura a esta tonta que tengo como amiga, así que cuenta con nosotras.”
Titania me miraba con profunda tristeza. Así que, haciendo el acto más cruel del mundo, le dije la mentira más atroz que no había podido a Johnny.
“Me voy a entregar. Es lo mejor para todos… Ya dañé a mucha gente; es momento de expiar mis pecados.”
Ella de inmediato me abrazó y me acarició con sumo cuidado. Entendía que no me volvería a ver, pero lo que no sabía era que muy probablemente moriría bajo algún puente una vez terminara de ofrecer mis disculpas a la abuela de Kandy. No tenía ningún sentido enfrentar a la justicia, ni ir a un hospital; esencialmente, me resigné a morir de la forma menos decorosa posible. Porque en parte sentía que lo merecía y porque también creo que ya no quiero sufrir más. No sé lo que me pueda esperar en el infierno o en el cielo, pero al menos quiero dejar de sentir este sufrimiento.
“Psst… El tiempo apremia, bebé…” dice Kandy.
Intenté separar a Titania, quien me abrazaba con firmeza. Podía ver esos tiernos ojos y ese rostro lleno de pecas enrojecidos por la pena que había en su corazón.
“Anda, Tita… Ya es momento.”
“Pero… Pero… No es justo, Josh, no es justo lo que me estás pidiendo… No te vayas. No te quiero perder.”
Meysi también colocó su mano sobre el hombro de Titania y asintió con firmeza; quizá, pese a verse más rebelde, su madurez emocional era mayor a la que podría pensar. Sin embargo, Titania apenas separó sus brazos de mi cuerpo para tomar mi mano y apretarla. Era una lástima que mi cuerpo estuviera tan entumecido por el dolor que apenas podía sentirla, como si fuera tocado por un guante de béisbol.
“Josh… No me hagas esto, tú eres mi único amigo… Me prometiste, tú me prometiste. ¡Entonces, para qué hice todo lo que me pediste si después me ibas a hacer esto!”
Suspiré tanto como mi dolor me lo permitió. Y con la mayor gentileza posible, di una pequeña cachetada a Titania, quien, sorprendida, solo tocaba su mejilla.
“¿Acaso no me estás viendo? ¿Acaso no puedes ver lo mucho que estoy sufriendo? Eres mi última salida; de todas las personas que hay en este enorme mundo, todos me dieron la espalda menos tú y, aunque no merezco ni un poco del aprecio que me tienes, decidí venir hasta aquí para darte lo último que puedo, que es un abrazo, y pedirte que no permitas que todo salga mal. ¿Quieres descargar todo ese enojo? ¿Toda esa molestia que sientes ahora contra mí? Entonces ve y haz las cosas a la perfección. Habla con Magdalena y da la explicación más detallada del mundo de lo que te estoy pidiendo. Titania… Si realmente dices amarme, entonces cumple lo que te pido.”
Esto era un chantaje, lo sabía. Era tomar su amor como un rehén y ponerlo contra la pared, dispuesto a asesinarlo; esto era el arte y el lenguaje del engaño, una lección aprendida de Kandy.
Meysi me miró, entendiendo que lo que acababa de hacer solo era jalar el gatillo de la motivación de Titania para que tuviera la leve esperanza de volverme a ver. Pero ambos sabíamos que eso no iba a pasar.
Titania me miró frunciendo el ceño y, jalando por el brazo a Meysi, dijo: “¡Ya vámonos, Meysi… Ya no tenemos tiempo!”
El remate de esta escena era la música circense que comenzaba a resonar de una bocina vieja frente a la escuela. Esto era un circo de tres pistas y era hora del show principal. Johnny había cumplido, Titania había cumplido. Ahora le tocaba al maestro de ceremonias dar el gran final.
Tomé el frasco de píldoras de mi bolsillo y saqué las dos últimas que quedaban, tragándolas de golpe. No tenía caso pensar en dosificarlas; ya no tenía más tiempo que comprar, había agotado mi dinero, mis influencias, mis amigos, mi amor y hasta mi vida.
Caminé trastabillando por la calle mientras veía cómo mi vista se nublaba y la acera se ondulaba. Aún tenía los pocos billetes que me había dado Diana y, corriendo el mayor riesgo que había tomado, decidí alejarme lo más que pude y alcé la mano a todos los autos que pasaban. Ya no podía distinguir con claridad si eran taxis o autos particulares, pero estaba seguro de que pasaría por la fachada de algún borracho y, considerando la zona a la que me dirigía, no dudaría en llevarme lo más pronto posible para cobrarme y salir de allí.
“Esa muchachita lo va a pasar muy mal, Joshua… Hasta yo puedo darme cuenta de que te excediste,” dice Kandy, quien, juraría ahora, pasa mi brazo por su hombro sosteniéndome.
“Estará bien… Su corazón aún es joven… Todos a esa edad tenemos que enfrentar una pérdida que marque nuestra vida y le dé sentido a nuestra moral… Quiero que le quede claro que esta vida no es atractiva en lo absoluto.”
Finalmente, un auto se detuvo. Abrí la puerta y, sin mirar al conductor, le di la dirección de la casa de Kandy. Recargué mi cabeza y entonces todo se apagó.
Para cuando recobré la conciencia, me encontraba tirado entre los basureros de Mirabille. Seguramente, el pobre hombre pensaría que estaba muerto y, temiendo lo peor, decidió arrojarme en el basurero. No lo culpo.
No me podía mover. No tenía fuerzas. La noche había caído, pero ya ni siquiera tenía frío. Me sentía tan débil que solo podía mantener la mirada fija en las diminutas luces que se encendían a lo lejos.
“Ay, mi amor… ¿Sabes? Lo irónico de esto es que estemos aquí justo donde yo crecí, en la zona más pobre de Mirabille. Aunque ya no es lo que era antes, puede que te parezca espantoso, pero para mí esto se ve mil veces mejor que hace 15 años. Te propongo un trato. Si cierras los ojos y duermes un poco, te concederé un deseo. ¿Qué dices? Eso sí, el deseo lo voy a escoger yo.”
La alucinación de Kandy caminaba de un lado a otro plácidamente mientras se agachaba una y otra vez sonriente. Esta vez, su cadavérica forma se miraba aún más lúgubre. Me quedaba claro que este fantasma no era más que obra de mi conciencia, lacerándome por la muerte de Kandy, era mi mente fustigándome por no haber protegido lo que amaba, por tampoco haberme amado. Sin embargo, cuando no tienes nada que perder, te están ofreciendo una oferta que no puedes rechazar y, apenas con una ligera fuerza, asentí y ella respondió con un par de aplausos.
“¡Trato hecho!”