¡Hola a todos! He decidido hacer un pequeño paréntesis entre el sexto episodio de Kandy para traerles una historia que fui imaginando en mis vacaciones mientras visitaba algunos museos de Europa y es que el mirar tantas cosas y reliquias me llenaba mi mente de aventuras e historias que pudiera crear. Fue así que tras mi visita al vaticano tuve claro la historia que quería escribir y una vez de vuelta en mi querido México les traigo esta historia que he de anticipar es de suspenso y terror.
Sin más que añadir esta vez, les anticipo que en un par de semanas estaré añadiendo el próximo episodio de Kandy para quienes estén siguiendo la saga y quieran continuar leyéndola. Me encantaría saber que les parece esta historia tan distinta a lo que usualmente escribo, recuerden que pueden dejarme sus comentarios en facebook e instagram.
Disfruten el viaje.
—¿Mike, en serio me estás llamando a las 02:00 de la madrugada por esto? —pregunté.
—Lo creas o no, Alex, lo que te acabo de contar es tan real como que todos los días sale el sol. —respondió Mike.
Suspiré, me froté los ojos para mantenerme despierto y pensé en si de verdad estaba a punto de meterme en algo así. Mike no solo era mi amigo, sino que habíamos estudiado la carrera de historia del arte en la misma universidad. Mike se había especializado en el área de los museos, mientras que yo había elegido seguir mi pasión por el arte sacro. Para mí, todo lo que tuviera que ver con la religión era encantador; a pesar de no ser creyente de la religión cristiana o católica, conocía la Biblia de memoria y procuraba mantener mi conocimiento del latín lo más decente posible en caso de tener que analizar alguna pintura o artefacto encontrado.
—A ver… Repasemos. ¿Quieres que vaya al Museo de Mirabille mañana a las 8 de la noche para que te traduzca un manuscrito del siglo IX que se encontró en unas ruinas a las afueras de Mirabille, porque la próxima semana lo van a presentar en el museo junto con las demás reliquias? ¿Correcto? —pregunté.
—Sí, entendiste bien. Pero… olvidas lo más importante —respondió Mike.
—No, no lo estoy olvidando, pero ¿cómo se supone que voy a colaborar con un espiritista o un médium para desentramar si uno de los objetos que llevaron está maldito? Por Dios, Mike, somos adultos de más de 30 años. ¿Esperas que me trague el cuento de que algo tiene una maldición y que hay alguien que pueda romperla? Mira, si el tema es el dinero, descuida, lo haré como un favor, pero no tienes que inventar algo así.
—Me ofende más que pienses que te estoy pidiendo esto para no pagarte. El museo correrá con todos los honorarios. Pero mira, si te lo estoy pidiendo con tanta urgencia, es porque yo mismo creo que hay algo raro en esas cosas y lo único que se me ocurre que nos puede ayudar es traducir ese manuscrito.
Terminé aceptando de mala gana con tal de que me dejara dormir. Para cuando me levanté, terminé mis labores un poco más temprano de lo habitual y llevé en mi portafolio un par de libros y diccionarios para tener a mano todo lo que necesitara. Me dirigí al Museo Nacional de Mirabille.
Y allí estaba Mike, fumando un cigarrillo junto a una mujer bastante alta y delgada con una indumentaria como de una gitana de la Edad Media, con un largo vestido negro y púrpura y una diadema que cubría la mayoría de su cabello. Al verme, Mike agitó su mano y la mujer levantó una ceja apenas para saludarme.
—Te presento a Olga. Es la mujer de quien te hablé —dijo Mike
No quería parecer grosero, pero en verdad me parecía irrisorio el asunto de trabajar para romper una supuesta maldición. Sin embargo, antes de poder externar mi escepticismo, Olga se dirigió hacia mí.
“Querido… noto que no tienes ni una pizca de credibilidad en las maldiciones, pero déjame decirte que esta es quizá la maldición más oscura a la que yo haya conocido jamás”, dijo Olga.
“¿De verdad?”, respondí. “¿Y de qué se trata esta supuesta maldición?”
Olga se tomó la paciencia de explicarme que los objetos habían sido encontrados en la cámara mortuoria de una duquesa que tenía la fama de beber la sangre de núbiles mujeres vírgenes. Cuando la iglesia la descubrió, la mandaron lapidar y encerrar en aquella cámara por haberla tachado de hereje. La historia en sí me parecía de lo más cliché que pudiera haberse inventado, sin embargo, no entendía por qué se exhibirían tales piezas en el museo de Mirabille.
Antes de que pudiera decir nada, Mike interrumpió: “Sí, sé lo que estás pensando. ¿Por qué el museo está exhibiendo esto? Pues resulta que después de hacerle varios registros y estudios a las piezas, algunas de las cuales destaca una figura con forma de manzana hecha de metal y una especie de biblia cubierta de una hoja metálica, estás cambian de color y pueden llegar incluso a brillar. La idea del museo exhibiendo estas piezas es la de recaudar fondos para traer un grupo de expertos que puedan analizarlas y traer equipos sofisticados para estudiarlas a detalle”.
“¿Y cuánto tiempo se supone que tengo para analizar y traducir el manuscrito?”, pregunté mientras encendía un cigarrillo y Olga comenzaba a encender otro más.
“Solo esta noche”, dijo Mike.
“¿Oye, ¿cómo supones que lo haga todo en una noche? Necesito mínimo una semana”, respondí molesto.
“No es posible”, dijo Olga mientras negaba con la cabeza. “Déjame explicarte por qué. La es por la maldición ya que antes del tercer día, todo aquel que ha estado en contacto con alguna de las piezas y, sobre todo, con el manuscrito, ha terminado muerto, loco o caído en una especie de catatonia”.
Sentí un largo escalofrío recorrer mi espalda cuando dijo esto, sin embargo, no era propio de mí el asustarme por un argumento tan sencillo. Sin embargo, había algo en sus palabras que había hecho que mi piel se erizara desde mi cuello hasta los talones.
“Bueno, pues… supongo que tendré que trabajar contra reloj”, dije tratando de sacudirme la sensación de incomodidad.
“¿Ves? Por eso te llamé a ti, Alex. Eres un prodigio en lenguas antiguas. Estoy seguro de que puedes traducirlo todo. Olga puede tener sus reservas, pero esta mujer ha colaborado hasta con el mismísimo Vaticano para tratar temas de maldiciones y objetos poseídos”, dijo Mike.
—Oye, si… ehmm… sin ser maleducado, ¿no sería mejor un sacerdote en este caso? —dije, mirando a Olga, quien de inmediato esbozó una sonrisa burlona.
—Verás, querido, el Vaticano y, en general, la iglesia se preocupa por las almas de las personas y los objetos no tienen alma, ¿lo entiendes? Los sacerdotes exorcizan personas, no objetos. Pero existimos personas como yo que podemos canalizar las malas energías para liberar objetos o lugares.
Asentí sin poder debatir algo ante lo que probablemente llevaría a una discusión estéril y poco razonable. Tras terminar nuestros cigarrillos, los tres pasamos por el control de seguridad del museo y avanzamos por las largas y amplias galerías del museo, hasta llegar a un área en donde estaba colocada una larga lona de color azul que delimitaba dónde se montaría la nueva exposición.
—¿Listo? —dijo Mike mientras jalaba la lona para que entráramos. Nuevamente asentí, mientras permitía, por caballerosidad, que Olga entrara primero.
Había varias piezas dentro de varios pedestales cubiertos por vidrio, dentro de los cuales destacaban un par de pinturas de un estilo claroscuro, algunas piezas de joyería hechas de oro con enormes rubíes y otras piedras preciosas, y finalmente, un enorme vestido de un color vino el cual tenía bellos adornos dorados, así como perlas en todo el escote. Al final de la exposición, se encontraban bajo unas pesadas mantas lo que suponía serían lo que estábamos buscando.
—Una última excepción, Alex —dijo Mike, quien se mostraba receloso de caminar hasta el fondo—. Solo Olga te puede permitir tocar las piezas hasta cierto punto. Ha sido una petición expresa del museo.
¿Entonces el museo había contratado a esta mujer? Me sonaba a una medida bastante desesperada. Sin embargo, ya con toda esta situación tan extraña, lo único que quería era terminar lo más pronto que pudiera y dejar esto como la cosa más peculiar que hubiera vivido durante toda mi vida profesional.
Asentí y miré a Olga caminar con pasos firmes hasta uno de los pedestales y, tras rezar en voz baja, termina produciendo de un escondido bolsillo entre sus faldas un hermoso rosario que pareciera bastante antiguo, el cual coloca sobre su cuello y, con un tirón firme, descubre uno de los objetos que no termino por poder ver.
Las luces del museo parpadearon un instante. Un escalofrío volvió a recorrer mi espalda y Mike soltó una pequeña risita nerviosa. “Te lo dije…”, dijo.
—Son alucinaciones tuyas. Este museo tiene más de 70 años, Mike – respondí dubitativo.
Caminé aprisa para ver lo que había descubierto Olga. Efectivamente, era una manzana. O al menos tenía la forma de una, era bastante grande y, pese a ser tan antigua como lo habían explicado, se miraba brillante y casi como si el tiempo no hubiera pasado por ella.
“HOLA ALEX”
Una voz de mujer resonó en mi cabeza, haciéndome saltar del susto. ¿Qué había sido eso? Miré a Mike y Olga, quienes se miraban serios. Mantuve la calma antes de decir algo; no quería quedar como un cobarde que se había amedrentado a la primera.
Olga caminó hacia el otro pedestal y, tras rezar un ave maría y besar el rosario que llevaba en el cuello, descubrió el gran libro con el que tendría que trabajar. Debía medir al menos 50 centímetros de alto y unos 30 de ancho. Toda su cubierta era de una hoja metálica, en el centro esculpido con todo detalle un árbol que extendía sus ramas por toda la cubierta y en las cuales tenía joyas de varios colores, similares a frutos colgando de las ramas.
—Vas a tener que rezar antes de tocarlo ¿entendiste? —dijo Olga, mirándome fijamente.
Disculpa… Pero la verdad es que no soy muy creyente – respondí. Mientras quedaba a un lado de ella, suspirando con desgano, me dijo:
— ¿No lo entiendes, ¿verdad? Las maldiciones no son una cuestión de creer o no creer. Ya han habido varias almas que, por la misma respuesta que diste ahora, no están en este mundo. Así que o rezas o no te dejo tocarlo. ¿Entendiste?
No pude evitar hacer una mueca, y tras suspirar, comencé a rezar un ave maría en voz baja. Apenas llevaba un par de frases cuando Olga me detuvo.
— No. Así no — dijo, molesta.
¿Cómo que así no? – dije enfadado.
— En latín — añadió.
No había problema, en realidad podría recitarlo hasta en inglés si era necesario. Sin embargo, no veía la necesidad de algo así. O eso pensé antes de que, en cuanto comencé a rezarlo en latín, por algún extraño motivo, comenzara a tener un extraño ataque de risa. Era algo macabro, pues cada palabra que quería decir era casi como decir el mejor chiste que hubiera escuchado. Miré a Olga asustadísimo y esta me tomó del hombro. Con una voz fuerte y potente, acompañó mi rezo, el cual, curiosamente, comencé a poder hacer sin la necesidad de soltar una carcajada.
Mike, que se encontraba alejado, nos miraba asustado y, metiendo sus manos en los bolsillos, parecía también empezar a rezar. Apenas pude terminar el rezo, Olga me soltó de inmediato y negó molesta diciéndome: “No tienes fe. Será mejor que te apresures a traducirme esto o esta cosa te absorberá antes del amanecer”.
Por algún extraño motivo, sentía como si los muros se expandieran más y más, y la sala del museo se convirtiera en un inmenso terreno. Las luces parecían cada vez menos brillantes, y el aire se sentía pesado. Aflojé mi corbata y tratando de mantener la compostura, dije con un seco “sí” a Olga. Luego, me dirigí a Mike, quien tan solo vacilaba recargado en una pared.
“¿Qué mierda es esto, Mike? ¿Es esto una especie de broma para algún programa de televisión? ¿Cuánto dinero te pagaron por hacerme esto?”, le pregunté.
Mike suspiró y levantando las cejas, me respondió: “¿Tú crees que yo quiero estar aquí? Imagínate cuánto nos va a pagar el gobierno y la iglesia por esto… Si te llamé fue porque fuiste la única persona que se me ocurrió que podría lidiar con algo así”.
Sentía ganas de lanzarle un golpe a Mike por no haberme hablado con la verdad. Sin embargo, un flashback llegó a mi mente de inmediato, cuando anoche me dijo que esto era algo serio y de una paga bastante onerosa si podía cumplir con esto.
Regresé a donde estaba Olga, quien sostenía firmemente el rosario entre sus manos y continuaba rezando varias letanías en latín. Tomé el pesado libro entre mis manos. Toda la sangre de mi cuerpo se fue de golpe a mis pies, y sentí como si todo mi cuerpo se congelara. Por dentro me sentí aterrado, apenas y podía respirar, sin embargo, me sentí motivado a desentramar lo que fuera que estuviera escrito en esto. Si tan solo pudiera explicarle lo que había dentro a Olga, podríamos salir bien librados al final. Después de todo, la iglesia la había mandado a ella, ¿no?
Un olor a frutos secos se coló por mi nariz. Las hojas del libro estaban fabricadas en algunas partes con piel de algún animal que suponía era de oveja, y en otras partes se sentía como si fuera alguna pulpa similar a los primeros orígenes del papel como lo conocemos. La tinta se miraba de un color marrón, como si hubiera sido mezclada con la sangre de algún animal junto con carbón. No era muy clara, y en las primeras páginas apenas podía distinguir cómo se detallaba la fecha y el lugar de dónde se redactaba esto, así como el nombre de la duquesa: Marya Iscariote.
Al momento en que leí el nombre de nuevo, aquella voz resonó dentro de mí.
“¿Por qué me llamas?”
Dijo la voz. Ignoré inmediatamente lo que mi mente producía, tal vez solo estaba siendo sugestionado por la historia que me había contado Mike y toda la prestidigitación de Olga.
“¿Y bien? ¿Qué dice?”, preguntó Olga, sumamente curiosa. Le expliqué a duras penas lo que había entendido y ella asintió con un desganado suspiro. “Te traeré una silla. Espera”, dijo Olga.
Asentí y miré a Mike, quien de inmediato dijo que la acompañaría. Estuve a punto de decirles que iría con ellos, pero quería tratar de mantener mi mente lo más concentrada posible. No podía dejarme seducir por todo este terror psicológico. Todo estaba en mi mente.
Pasé varias páginas. Lo primero que anotaban eran registros contables de la riqueza de la familia de la duquesa, así como de los tributos pagados por los siervos. Extrañamente, los nombres de muchas mujeres se encontraban marcados por una delgada gota que variaba de un tono más ligero a otro más oscuro. El perfume de las páginas se acentuaba con cada una que cambiaba. Comencé a recuperar la templanza mientras leía solo nombres y números, pero no fue hasta que justo al final de una de las páginas leí un nombre que era totalmente distinto al de todos los demás. Olga Malhela. ¿Era esto una casualidad?
Justo cuando lo leí, escuché los pasos de Mike y Olga volver mientras ambos traían unas estrechas sillas plegables. Un aire frío resopló fuertemente, haciendo que perdiera la página en la que me encontraba y se cerrara de golpe. Sentí la imperiosa necesidad de preguntar el apellido de Olga; sin embargo, al mismo tiempo, si por extraño que pudiera suceder fuera el mismo, ¿qué significaría eso? ¿Era esta mujer alguna clase de demonio? ¿Un fantasma? Comencé a dudar de la realidad en la que me encontraba y de si debía advertir a Mike de lo que estaba sintiendo.
“Disculpa la tardanza. El guarda de seguridad fue un poco lento en autorizar el acceso de estas sillas a la sala”, dijo Olga. Agité la mano para señalar que no había problema. Sin embargo, en cuanto me senté en la silla y Mike y Olga hicieron lo mismo, miré fijamente a Olga, quien ahora no sabía cómo catalogar. “Olga… ¿Una pregunta? ¿Cuál es tu apellido?”, dije, mirándola fijamente.
Olga me miró confundida y, mirando a Mike, quien encogió los hombros, respondió: “Malhela. ¿Por qué la pregunta?” Sentí un vuelco en el estómago mientras escuchaba sus palabras. Era imposible. De inmediato, las luces del museo se apagaron y un estruendo como el de algo pesadísimo cayendo se escuchó.
Sentí un vuelco en el estómago mientras escuchaba sus palabras. Era imposible. De inmediato, las luces del museo se apagaron y un estruendo como el de algo pesadísimo cayendo se escuchó.
—¡Aléjate de mí! ¡No me toques! ¡Suéltame! ¡No! ¡Nooooo! —gritó Mike.
—¡Mike! ¡Mike! ¿Qué sucede? —respondí, totalmente asustado y listo para correr.
Sentí una fría mano tomar mi mano derecha y comencé a forcejear de inmediato.
—¡No te muevas! ¡Alex, escucha, tienes que concentrarte en rezar! —gritó Olga, mientras se escuchaba como si azotaran todas las puertas del museo a lo lejos.
De pronto, la voz de Mike cayó y tras unos segundos, las luces del museo volvieron, pero para mi horror, Mike había desaparecido. Aparte de mí, solo estaba Olga, a quien empujé y cayó sentada mientras me insultaba.
—¡¿Qué está pasando aquí?! ¿Quién eres tú?! —dije, totalmente alterado.
—¿Cómo que quién soy? Soy Olga, vine contratada por la iglesia. Escucha Alex, tienes que apresurarte. Las cosas se están saliendo de control, siento una energía negativa fuertísima en todo el lugar. Tienes que leer más rápido y decirme si encuentras algo que llame tu atención.
Negué mientras miraba el libro tirado a unos metros de mí, abrirse por sí solo y pasar las páginas hasta donde me había quedado. Miré a Olga y respondí:
—¡Al diablo todo esto! ¡Tengo que buscar a mi amigo!
—Entiende, si no lo hacemos, lo único que sucederá es que encontraremos a Mike muerto en algún pasillo del museo. Aún tenemos tiempo de romper la maldición de la duquesa. Apresúrate.
Presioné mis puños ante la impotencia y, levantando el libro, comencé a leer de nuevo, solo que esta vez en voz alta. No mencioné a Olga que había leído su nombre. Mientras lo hacía, sentía como si un millón de ojos estuvieran mirándome, pero intentaba sacar fuerza de lo más fuerte de mí.
Leí traduciendo lo más rápido posible, hasta que llegué a una extraña sección que tenía varios dibujos de doncellas desnudas, todas bajo árboles, y los textos narraban cómo el paraíso se encontraba bajo aquellos árboles. Avanzando más, el libro enlistaba una serie de pasos necesarios para un ritual llamado “la cosecha”, y en estos explicaba cómo, bajo ciertas condiciones de una noche, se debía ofrecer la vida de mínimo tres doncellas para mantener la vida eterna de la duquesa, pues era la elegida divina.
En ese momento en el que terminé de traducir a Olga, todos los cristales de las exposiciones alrededor estallaron, las luces parpadearon y se escuchó una risotada gutural.
Me encogí de inmediato y Olga, tomando su rosario con todas sus fuerzas, se abalanzó sobre mí para protegerme con sus rezos. Mi corazón latía tan fuerte que juraría que estaba a punto de darme un infarto. Una vez que todo quedó en silencio, Olga se alejó de mí y, por primera vez, la miré genuinamente asustada. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y con una voz rota me dijo: —Continúa—
Ya no quería hacerlo, pero tampoco estaba seguro de que, de no hacerlo, algo peor ocurriera. El ritual especificaba algo que desafiaba toda lógica: señalaba explícitamente que se debía tomar una “manzana divina” y debía repartirse entre las doncellas, quienes debían ingerirlas para así ser sacrificadas y donar la vida a la duquesa.
¿Entonces eso era? Quizá tan solo debíamos destruir la manzana. Eso debía ser, mi cerebro me decía que no había otra lógica. Soltando el libro de un golpe, me apresuré corriendo a tomar la manzana, la cual ahora tenía un tono púrpura brillante y de inmediato, al tenerla en mi mano, me quemó como si estuviera ardiendo. Fue así que la arrojé con todas mis fuerzas hacia el piso. La manzana rebotó con fuerza en el piso y al instante, aquella voz que escuché de nuevo se manifestó en mi cabeza gritando
“¡No la toques!”
Lo había logrado, estaba seguro de que esa voz era la de la duquesa y que la había irritado intentando romper la manzana. La levanté de nuevo y la azoté contra el piso una y otra vez mientras una sensación de locura invadía mi ser. La iba a romper, la iba a romper, ¡la iba a romper!
Volteé a ver a Olga, quien se miraba horrorizada encogida contra la pared. —¡¿No lo entiendes?! ¡LA TENGO QUE ROMPER! — grité furioso ante su falta de cooperación.
Olga señaló mis manos y entonces las miré empapadas en sangre y cabellos. Me sentí desorientado, parpadeé varias veces y entonces miré lo que había estado azotando una y otra vez. Era la cabeza de mi amigo.
—¿Qué… qué hiciste? — tartamudeaba Olga mientras se aferraba a su rosario.
—¡Yo no hice nada! ¡Yo no fui! Era… era… ¡Fue la maldita manzana! —, grité mientras intentaba limpiar la sangre de mis manos sobre mi ropa. Miré de nuevo al piso tratando de buscar la manzana y vi cómo Olga gateaba lentamente hasta ella para tomarla.
—¡Apresúrate, Olga! ¡Tengo el presentimiento de que estamos a punto de morir! —, dije horrorizado
Olga se abalanzó por la manzana y de repente las luces se apagaron de nuevo. En ese momento sentí como si un montón de manos se posaran sobre todo mi cuerpo, jalándome y tratando de desnudarme y arrancar mi piel. Era una sensación horripilante.
—¡Olga! ¡Olga! ¡Rompe la manzana, por favor! — grité, mientras sentía cómo las manos intentaban tapar mi boca y al mismo tiempo introducirse en ella.
Entonces escuché a Olga gritar furiosa y el sonido de la manzana golpeando el suelo y fragmentándose como si fuera una botella de vidrio. Un silencio total invadió el lugar. La sensación de las manos desapareció y una especie de calma divina me invadió.
El sonido de unos tacones de aguja acercándose apresuradamente se escuchaban ¿Sería alguien del museo aproximándose? ¡Alguien había escuchado nuestros gritos y venía a auxiliarnos!
Las luces se encendieron y miré en dirección al sonido de los tacones. Una mujer joven vestida de negro sujetaba una Biblia en su mano derecha y en la otra un crucifijo.
—¡Santo Dios… ¡No puede ser… fue muy tarde…! — exclamó la mujer.
—¡No, no! ¡Olga ya rompió la manzana! ¡Se acabó la maldición! — dije emocionado.
—¡¿Qué?! ¡De qué hablas? Yo soy Olga Malhela. Mi avión se retrasó dos horas. Le dije explícitamente al señor Mike que me esperara aquí fuera. ¿¡Qué hacen ustedes aquí?!
Miré desconcertado y lleno de pánico a la mujer mientras, temblando, giraba mi rostro para buscar a la supuesta Olga con quien había estado traduciendo el libro.
Lo último que vi fueron los rasgos desfigurados del rostro de la falsa Olga, quien sonreía desquiciada y colocaba un trozo de la manzana en mi boca diciéndome:
—Los hombres siempre son tan fáciles de capturar… Gracias por otros trescientos años de vida. ¡Buen provecho!