Un homenaje.
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Mi primer cuento con el que participé en un concurso

Muchos de los que nos dedicamos a escribir tenemos el sueño de un día publicar una de nuestras historias o que podamos participar en un concurso y lograr llevarnos el premio; en mi caso muy particular yo quería llegar a las personas, que leyeran lo que tenía que contarles, que pudieran ver lo que había dentro de mi imaginación y así un día buscando en internet me encontré con un concurso para participar con un cuento; recuerdo que salté de la silla totalmente emocionado y sin pensarlo dos veces me inscribí, al final no gané el concurso pero, la satisfacción de haber participado y que me otorgaran una constancia para mí ya era el mayor logro que pudiera conseguir.

Años mas tarde en un taller de composición literaria nos pidieron llevar alguno de nuestros manuscritos para compartirlo con nuestros compañeros, recuerdo que de inmediato pensé en mi querido cuento con el que había participado en el concurso y así con mucho cariño y dedicación lo leí varias veces hasta que sentí que no podía decorarlo un poco más y lo presenté. ¿Qué creen que sucedió? A muchos de ellos les encantó, recuerdo que fue la primera vez que me sentí realizado ¡Había logrado cautivarlos! Y aunque el profesor hizo algunos señalamientos para mejorar mi escritura recuerdo que salí con una sonrisa de oreja a oreja pues para mí había sido tan mágico el poder haber visto sus emociones al leer mi manuscrito.

Ahora les comparto una de mis primeras obras y quizá una de mis más queridas dentro de todo lo que he redactado, esperando que, al terminarlo, al igual que yo, terminen con una sonrisa en su rostro.

El balcón.

Da un último inhalo al cigarrillo que sostiene entre sus dedos índice y medio de la mano derecha y, tras mantener el humo en sus pulmones por unos segundos, lo exhala hacia arriba mientras el humo lo despeina un poco, dirige su mirada hacia la calle y recarga un poco su cuerpo hacia la baranda de hierro que rodea el balcón de su habitación mientras apaga la colilla en el cenicero que hay en una mesa cercana.

Serían quizás las trece y treinta, o un poco más, en el edificio de enfrente. El sol abrazaba cada uno de los ladrillos y hacía reflejar los cristales de cada una de las ventanas que tocaba.

Estaba aburrido, miraba a las personas caminar por esa agitada calle en la que vivía, la calle Esperanza era una de las principales del pueblo de Mirabille, algunos oficinistas caminaban apresurados por las calles sosteniendo documentos o portafolios.

Suspiró y cerró los ojos por un momento. Desilusionado, giró para entrar a su habitación, pero recordó haber dejado esa cajetilla de cigarros casi vacía en la baranda del balcón. Giro de nuevo y la tomó con su mano derecha, y ahí es cuando sucedió todo.

De entre la multitud desfilaba ella, vestía un largo vestido azul aguamarina con motas blancas, decorado con una larga tira negra al final del vestido. Sus delgados y pálidos brazos bailaban al compás de su andar, al igual que sus piernas, que apenas se asoman desde la rodilla y que son igual o quizá un poco más blancas que sus brazos. Unos diminutos zapatos blancos hacen la combinación perfecta.

Su figura delgada y alta se cuela entre la multitud mientras el viento sacude con suavidad su suelto cabello negro que emite una fragancia a manzanilla y miel, apenas ve su rostro. Un rostro ovalado que es adornado por cejas delgadas, de ojos profundos y ligeramente rasgados, esa nariz de tamaño promedio que hace perfecto juego con los labios rosados y delgados, a decir por su piel no debería tener más de veintiséis años. Su mirada es profunda y desafiante, pareciera no mirar a nadie y a todos al mismo tiempo, pero no denota ira, su mirada denota esa expresión que aún no se ha inventado, esa que hace a todos voltear al tenerla cerca o lejos, por lo menos un par de personas han hecho el intento de hacer contacto hacia su rostro, pero nadie quiere parecer demasiado intimidante para detenerse a mirarla.

El por su parte ya la ha visto dar por lo menos quince pasos y ella está a punto de llegar a la esquina para cruzar hacia la avenida, pero el sigue inmóvil y por primera vez en la vida al verla, siente ese deseo de quererla conocer sin importar como sea. Así que sin más tiempo que perder gira rápidamente y se abre paso por el caos de su habitación, abre la puerta y cruza su apartamento sin antes olvidar tomar esa chaqueta de color blanco que solo usa en ocasiones especiales. Baja las escaleras rápidamente y sale del edificio, mira hacia la avenida Ilusión. Ahí está ella, esperando a que cambie esa luz roja para poder avanzar, el por su parte camina presuroso mientras alisa su camisa gris y acomoda su cabello.

Para cuando llega a la esquina ella ya ha cruzado y ahora pareciera difuminarse entre una multitud más grande. Presuroso, el mueve sus pies y su mirada para no perder más el tiempo, con frenesí busca ese perfecto cabello, o ese vestido que pareciera haber sido hecho especialmente para ella. Cerca se encuentra la estación del tranvía que lleva al distrito comercial, quizá se encuentre por ahí. Busca mientras camina, pero a la vez se pregunta cuál es ese deseo tan extraño que ha sentido al verla, o que pasara cuando la encuentre, sin embargo, sacude esas dudas y camina más rápido.

Apenas va llegando a la parada del tranvía cuando lo ve marchar, y dentro, la puede ver sentada en medio mirando por la ventana, con esos ojos fríos, pero que transmiten ese enigma de que será de su vida, de querer conocerla más. Sus miradas conectan por un instante, él sonríe, ella lo mira y después solo desvía la vista. Ahora más ansioso que nunca camina hacia el nuevo tranvía que ha llegado y toma un boleto, se sienta justo en la ventana del lado derecho, no tiene intención de perderle la pista y tras unos minutos ya se ha puesto en marcha el tranvía que con un ligero ajetreo revuelve su voluntad y sus deseos haciéndolos más y más grandes.

Ya han pasado tres paradas del tranvía y la siguiente debe de ser el distrito comercial, así que intentando no quedarse atrás, él se levanta para estar listo en caso de verla cerca. Llega a la parada del distrito comercial, pero ella no está ahí.

Mira una y otra vez con desespero al estar seguro que ese era el destino de ella, el chofer del tranvía le pregunta con molestia si va a descender, el niega y el tranvía comienza su marcha. Pero cuán grande es el destino que en el momento que las ruedas del tranvía han puesto su marcha de entre una muchedumbre a lo lejos, ve ese largo cabello negro bailar en el viento y sin miedo al peligro y una convicción de hierro, da un salto en medio del tranvía en movimiento que hace exclamar a más de uno.

Trastabilla un poco, pero logra mantenerse en pie y comienza a correr para alcanzarla, de nuevo se convierte en humo esa chica que ha robado sus sentidos, él se mantiene alerta, su optimismo lo hace caminar sin descanso, esas botas grises que viste lo ayudan a continuar con esa misión imposible que el mismo se acaba de imponer. Los sonidos del distrito comercial y las luces que emiten un resplandor desde el interior de algunas tiendas intentan distraerlo, los pasillos abarrotados de gente añaden un poco más de dificultad a su búsqueda.

Aún en medio de su búsqueda él se pregunta ¿por qué ha actuado así?, ¿es que acaso su deseo era tan fuerte? ¿Qué tenía esa mujer que había robado sus sentidos y su voluntad?

¿Era acaso una infatuación o estaban predestinados a cruzarse ese día para después estar juntos para siempre?

Para el no importaba, solo cruzaba tienda tras tienda mirando hacia dentro de los aparadores intentando encontrarla, su optimismo comienza flaquear al pasar más de quince minutos buscando sin encontrar rastro de ella, de su musa. Es entonces cuando mirando al cielo buscando una respuesta tiene una idea, y con pasos apresurados se dirige a ese pabellón comercial que estaba a unos cuantos metros donde muchas mujeres suelen ir a comprar ropa y accesorios finos.

Sin pensarlo dos veces se dirige ahí, busca con cautela a ella y como un león cazando a su presa intenta ser discreto, pues no busca sobresaltarla al mirarla de nuevo, y es que ¿cómo explicaría que fuera su segundo cruce en un solo día sin siquiera conocerse?

Toma un descanso en una de las banquillas situadas en los pasillos, quizá era mejor detenerse, olvidarla, ir al cine o llamar a uno de sus amigos para ir a algún bar a beber un trago y contarle de cómo se enamoró de una mujer a primera vista. Pero es en vano, no puede pensar en nada más que no sea ella y por lo menos buscaría el consuelo de volverla a ver.

Su mirada vaga por todo el lugar y al mirar hacia las escaleras eléctricas puede ver esa figura majestuosa y perfecta, esa espalda delgada que acaba definiendo su curveada cintura. Se levanta y sin quitar la mirada a ella comienza a caminar lo cual lo hace cometer un trágico error, y es que al avanzar no ha notado al hombre que pasaba frente a él haciéndolo chocar y caer al suelo. El hombre enfurecido reclama su falta de atención y el por su parte ofrece una disculpa, se levanta y le extiende su mano, pero éste en su ira solo desprecia su mano con un ademan y se levanta.

Se reincorpora y vuelve a mirar, pero ella ya ha desaparecido de la escalera, asustado, camina con prisa y sube, no pudo haber ido demasiado lejos, su caída no le habría tomado más de treinta segundos en recuperarse y ella debía aun caminar por el pasillo en dirección a alguna tienda. Ya arriba comienza a buscarla de nuevo, pero ya ha desaparecido; solo encuentra joyería, vestidos y otras cosas que no son de su interés.

Pasaría ya más de media hora lo que ha tardado su búsqueda que no ha dado ningún resultado, cansado y decepcionado, se dirige al área de comida rápida para comprar una soda. Toma asiento en una de las tantas mesas del área y comienza a beber de esa lata fría de soda. Esa lata tan fría que solo podría compararse con la frialdad de la derrota al saber que la había perdido esta vez por seguro. Saca un cigarrillo y lo enciende mientras observa a la gente pasar.

Quizá para el sería mejor olvidarla por completo, darse por vencido y es que igual si la conociera tal vez no congeniarían, o quizá ella era casada o tenía un novio que la estaría esperando para ir a pasear, había una infinita lista de posibilidades negativas que podrían hacer que todo fuera un trágico error.

El sonido del reloj de la catedral que queda a un par de calles repica su enorme campana, debían ser las quince horas. Tras terminar su bebida y su cigarrillo se levanta y deposita la basura en un cesto cercano. Tal vez después de todo no era una derrota, si fijaba su atención en su balcón todos los días quizá la volvería a ver. Pero tal vez si la viera ya no sería lo mismo, quizás si ya no trajera ese vestido azul ya no la reconocería, o quizás podría teñirse el cabello de otro color que la volviera distinta, o tal vez la próxima vez tendría compañía y eliminaría su oportunidad de hablar con ella.

Él sabe que ya es hora de volver a casa, que no puede continuar con esta persecución sin razón, que tan solo el intentar darle sentido a la búsqueda de esa mujer no tenía respuesta. Pero entonces el recuerda lo que alguien le dijo, esas palabras que podrían darle respuesta a su búsqueda.

“A el amor no se le pueden formular preguntas, ni tampoco se le pueden pedir respuestas”

Camina hacia una de las puertas de salida del pabellón comercial que da hacia ese parque lleno de árboles de follaje abundante y en el que normalmente suelen cantar los petirrojos y las golondrinas por la tarde.

Sale y atraviesa la calle para llegar al parque; observa aún con esperanza verla en una de las bancas de hierro colocadas en las pequeñas veredas, pero es en vano. Se sienta y con diluida esperanza mira hacia el cielo pidiendo respuesta una vez más. La luz del sol que llega a colarse entre las copas de los arboles lo hacen hacer cerrar sus ojos un poco mientras se pregunta qué ha sucedido hoy. Comienza a recapitular ese momento en que la miro desde el balcón, en como salió corriendo y en cómo se lanzó desde el tranvía, resume cada momento hasta ese mismo instante.

Empieza a imaginar escuchar los pasos de ella, escuchar el crujir de algunas hojas secas siendo pisadas, en como el perfume de su cabello se hace más fuerte a medida que se aproxima. Imagina sentir su presencia al tomar asiento a su lado y el erizar de su piel al escuchar por primera vez su voz. Esa primera conversación, ese comentario curioso al preguntarle por qué la había seguido con tanta convicción, incluso puede imaginar cómo se dibuja su sonrisa, al decirle un comentario gracioso y la sorpresa de ver por primera vez esos dientes perfectos y blancos que se asemejan a las más perfectas perlas del mar. Su mente se eleva y lo deja soñar, lo tranquiliza vivir el sueño del encuentro con esa mujer que creía imposible de existir, con aquella que solo veía en sus más románticas fantasías.

La campana de la catedral repica otra vez, el abre sus ojos sorprendido, su reloj marca ya las diecisiete y el sol ha comenzado a descender un poco creando un ambiente color sepia en todo el parque. Agita un poco su cabeza y se da cuenta de que se ha quedado dormido en medio de su relajación, agradece ese momento de paz al estar con ella, aunque sea en sus sueños y tras suspirar, deja escapar una pequeña risa apenas audible para el mismo.

Ella está ahí, sentada en una de las bancas más cercanas a la esquina de la calle, carga varias bolsas de las tiendas cercanas, él no lo puede creer, sin pensarlo dos veces se acomoda un poco el cabello y talla sus ojos un poco, revisa sus ropas para dar la mejor presentación.

Ahí está por fin ella; camina hacia donde esta y ella también se levanta; no puede creerlo, ella lo ha visto y él la ha visto, sonríe un poco más y su corazón comienza a bombear con la fuerza de una locomotora. Ella gira, alza su largo brazo y detiene un taxi de color amarillo que al instante se detiene frente a ella, sube de inmediato y cierra la puerta sin mirar hacia la dirección que camina él.

Su corazón late con más fuerza, pero esta vez no es de alegría si no de desolación, pierden la fuerza sus pasos y se pregunta cuál es la ironía de tal momento, como es que podría tener tan mala suerte, se detiene justo en la misma banca donde estaba ella y observa. En la banca hay una pequeña caja rectangular de color blanco, a juzgar por la caja debería ser de alguna tienda costosa, debería ser de ella, no había duda. Seguramente la había olvidado y quizá con un poco de suerte tendría alguna nota indicando su nombre o dirección.

La abre; se sorprende al ver su contenido, en ella hay un pequeño collar que tiene un dije en forma de corazón con un rubí. Toma el collar entre sus manos, detrás del rubí tiene una pequeña placa de oro con su nombre.

Él sonríe al leerlo, es un nombre curioso, pocos nombres contienen solo dos vocales y que sean la misma. Sostiene su tesoro en su mano derecha mientras ríe un poco ante su tristeza, al menos habría obtenido un pequeño fragmento de ella, su nombre.

Mira hacia el suelo mientras piensa que hacer y en esa emoción que aún invade su pecho; de pronto dos pequeños zapatos blancos se sitúan frente a él. El los reconoce de inmediato, ese largo adorno negro al final del vestido, esa figura delgada y delicada; mira hacia arriba un poco más, el viento sopla y agita ese largo cabello negro que deja escapar ese aroma dulce que tanto imagino, su rostro es mil veces más bello en la cercanía, ella sonríe. Él se queda inmóvil.

Ella extiende su brazo derecho y abre su mano, mientras abre su boca y pronuncia con una voz más dulce que la de todas las aves que cantan en el parque:

-Sabía que si dejaba esto aquí te encontraría, no sabes como quería ver tu sonrisa de nuevo como la que me regalaste en el tranvía. Tú ya tienes mi nombre, ahora dime el tuyo, que muero por que sea mío.

Él la mira tembloroso y lleno de júbilo; sin decir una sola palabra la abraza y la envuelve como el viento, recarga su cabeza sobre su hombro y llena sus pulmones de su exquisita fragancia. Cierra los ojos mientras acerca su boca a su pequeña oreja y le susurra su nombre.

De entre la multitud desfila ella, viste un largo vestido azul aguamarina con motas blancas que es decorado con una larga tira negra al final del vestido. El la observa desde el balcón de su habitación; solo sonríe.